Sokolov, cuando lo clásico es majestuoso

POR Andrés Castaño

28/02/2024

Hasta seis bises (o propinas) ofreció el pianista ruso Grigory Sokolov en su concierto de este lunes pasado en Madrid, dentro del recital incluido en el ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo.

Foto de cabecera © Fundación Scherzo

Como suele ser habitual en él, generoso y conocido en un posconcierto, hubo recital más allá del recital, para regocijo del público. Los aplausos, de un público entregado al talento del pianista, hablaron por sí solos. Y es que ver a Sokolov en directo es ver a un genio que transmite con fidelidad, brillo y excelencia el legado eterno de la música clásica. Con Sokolov hablamos quizás del pianista que mayor número de conciertos ofrece al año, que no concede entrevistas y que menos grabaciones posee, porque lo suyo es el directo, y lo demuestra con creces. Se prodiga en actuaciones en nuestro territorio, y es que no hay que olvidar que Sokolov vive en Mijas (Málaga), desde hace años y cuenta con la nacionalidad española desde 2022.

Sus repertorios están muy bien seleccionados, tirando de clásicos en los que se exhibe el virtuosismo y la belleza. En esta ocasión incluía en la primera parte al maestro (Johann Sebastian) Bach (1685-1750), con Vier Duette cuatro duetos que son viajes sónicos, y la Partita II en Do Menor con todo su apogeo. Sokolov abordó ambas obras casi seguidas con las mínimas pausas, como para que no se apagara el fuego que desprende el genial compositor alemán. Vier Duette podrían estimarse como meros apuntes, pero ni mucho menos. Bach deleita al público con florituras, devaneos, fraseos sorprendentes que llevan pasajes y estadios que buscan la contemplación interior, pero que también apuntan con premura un trayecto vital y exploran una sensibilidad a flor de piel. Además de un prodigio técnico. La Partita II, incluida en todas sus grabaciones (5 CDs) para el sello Naïve, arranca tímidamente pero con elegancia, exposición, pausa, y recreo (por ejemplo con el impulso de ‘Courante’), para luego adentrarse en la sinfonía dulce pero decididamente. Los seis movimientos se suceden cada uno según su tempo. ‘Sarabande’ con una delicadeza sublime. Y remató con ‘Capriccio’ en un ejercicio maestro de armonías, dominio de contrastes, y de digitaciones impresionantes. Hace de la virtud casi un paseo, un juego.

Sokolov consigue aportar color y brillo y ese juego camaleónico de los grandes de adaptarse a las obras. Hace esa pirueta musical que consiste en mimetizarse con la partitura, para luego imprimir la emoción precisa, y eso lo hace luciéndose en su justa medida, sin grandes dosis de vanidad y grandeza. Tras una breve pausa la segunda parte acogió el lado popular del polaco Frédéric Chopin (1810-1849) con sus ya clásicas Mazurcas, de las que interpretó las cuatro opus 30 y las tres opus 50. Recogen estas piezas la esencia del folclore llevado a los más altos salones y teatros europeos, donde ese arraigo popular se engrandece adoptando la categoría de incunable. Chopin que elogia sus raíces en esa mirada nostálgica ha sido sorprendentemente recuperado y alabado en los últimos años. Poseen estas piezas algo que conecta con un espíritu de lucha, de orgullo pero a la vez de encuentro y divertimento. La temática más liviana no les hace particularmente piezas menos complejas y ricas.

Siguieron las ‘Escenas del bosque’ de Robert Schumann (1810-1856) que captan esas esencias entre fantásticas, mágicas del bosque, como la rudeza del entorno. Una obra que sirve de prolongación de sus ‘Escenas de niños’ publicadas una década antes. En nueve movimientos, Schumann nos conduce al contacto directo, y a veces furtivo (la caza, los cazadores), con la naturaleza, con sus encantos, su esplendor y sus sombras. Schumann posee una capacidad especial para transmitir, para conectar con universos posibles, y vestirlo todo de armonías envolventes. En Sokolov es ya clásico que después del concierto del programa oficial exista otro concierto. En este caso fueron seis bises, donde nos regaló de nuevo Mazurcas de Chopin, una primera en una exhibición de delicadeza y finura, otra con fabuloso desarrollo con mordente, o un maravilloso Preludio. De Rameau bordó dos interpretaciones, Les sauvages y el Tambourin de la Suite nº2 con una frescura y un brío exultantes. O una Chacona de Purcell con todo su revuelo melódico. En definitiva, Sokolov ofreció una lección magistral de música, con el saber y la sensibilidad en su máximo esplendor.

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