Foto superior y de cabecera © Nick Wall /Netflix
Con la deriva tecnológica y geopolítica que estamos sufriendo a pasos agigantados se hace inevitable pensar que cada vez estamos más cerca del universo de ficción que propone Black Mirror: ese mundo distópico, que allá por 2011, irrumpió con inusitada fuerza en la ficción televisiva y que a lo largo de sus 27 episodios ha mostrado con fiereza nuestros miedos más profundos ante los inminentes avances tecnológicos y sus consecuencias imprevisibles.
Su creador Charlie Brooker -que hasta entonces era un columnista de prestigio convirtiéndose después en el creador de ciencia ficción más famoso del siglo XXI- tuvo muy claro desde el principio que la humanidad avanza hacia una desconexión personal y una deshumanización progresiva en contraposición a la hiperconectividad digital que llevamos sufriendo durante los últimos tres lustros.
La serie regresa a las pantallas de Netflix con una séptima temporada en la que también se hace inevitable pensar cómo seguir sorprendiendo al espectador cuando cada vez es más difícil sorprenderle en un mundo en el que Black Mirror ya no parece tan lejano. Pues bien, hay que decir que los seis nuevos capítulos de la última entrega mantienen un nivel más que aceptable regresando a los orígenes de la serie e incidiendo de nuevo en la ciencia ficción como eje central, pero también con sus habituales toques de humor negro que siempre son muy de agradecer. Además entre las diversas tecnologías que propone, en casi todas aparece el mismo dispositivo neuronal en diferentes capítulos y que ya aparecía en episodios anteriores.
A continuación haremos un repaso de lo que nos vamos a encontrar en esta nueva temporada. Pero sin spoilers, no sufran.

Secuelas, estrellas de cine y tecnologías cabronas
Sin duda, el mejor gancho que contiene esta séptima temporada es que, por primera vez, la franquicia ha desarrollado una secuela. Se trata de la esperada continuación del magnífico episodio que abría la cuarta temporada USS Callister donde su protagonista Robert Daly (encarnado por el gran Jesse Plemons) creador del videojuego inmersivo Infinity y resentido por la falta de reconocimiento por parte de sus compañeros de trabajo, le llevaba a usar el ADN de ellos para crear clones digitales y someterles bajo su rol de capitán tirano en la nave espacial USS Callister.
Sin duda, uno de los mejores episodios cómicos de la franquicia que funcionaba como un sarcástico y minado homenaje al universo Star Trek y que en su excelente continuación de esta temporada USS Callister: Infinito (más cercana a Star Wars), está protagonizada de nuevo por Cristin Milioti, una de las actrices televisivas más relevantes del momento por la serie El Pingüino.
¿Superará al episodio original?. Juzguen ustedes mismos, pero sus 90 minutos de amalgama intergaláctica, narraciones paralelas e intersecciones cuánticas la convierten en un episodio bastante memorable y también muy divertido.
Por otro lado, el magnífico capítulo Hotel Reverie se revela como una bella carta de amor al cine clásico, aquel que fue realizado en un sistema de grandes estudios que generaba constantemente leyendas cinematográficas que pagaron un alto precio personal en pos de un glamour y un desmedido éxito general que, a menudo, no se correspondía con las correspondientes vidas privadas de sus estrellas. Con ecos cinematográficos de filmes como La rosa púrpura de El Cairo pero también del mítico capítulo de la saga San junípero, aquí también sobrevuelan los temas sobre la libertad sexual en clave queer y la búsqueda del sentido de la vida (aunque sea de una IA) conformando otro de los grandes episodios de esta temporada y uno de los más bellos de los últimos tiempos para cualquier cinéfilo que se precie.
En cambio en Béte Noire asistimos a una historia de venganza entre dos protagonistas a causa de un desmedido bullying del pasado que se acabará convirtiendo en un thriller psicológico que desembocará en un desfase violento (e incluso histórico) combinando con gran audacia la mala leche habitual y el humor negro que tanto gusta a su autor.
Con Juego es quizás cuando esta temporada de Black Mirror se vuelve más parecida a sus comienzos. Un episodio oscuro, turbador, violento y frenético, en el que un videojuego noventero la puede liar parda. ‘Debemos ser capaces de crear un software que nos eleve como especie humana, si no ¿para que cojones queremos las herramientas que tenemos?’ Quédense con esta frase. Puede ser profética. Y tal y como lo plantean puede que no sea mala idea.
¿Y qué pasaría si nos asomásemos a determinados recuerdos del pasado, que nos han marcado de manera muy negativa y al revisarlos de manera inmersiva, pudiésemos reconstruirlos de manera positiva?.
Esta premisa es de la que parte el episodio Apología (interpretado por el grandérrimo Paul Giamatti) resultando un capítulo ciertamente emotivo sobre la capacidad que tenemos para (mal)moldear nuestros episodios traumáticos del pasado en la historia más emocional de toda la temporada. Una pena que su final tan acelerado y algo ñoño no acabe de redondear la propuesta.
Y el capítulo más flojo de la temporada es el de Una pareja cualquiera, en el que vemos como una apacible pareja corriente y mileurista a partir de un grave problema médico se suscribirá a una revolucionaria y nueva tecnología neuronal que no será lo que prometía en un principio.
Un episodio que resulta bastante predecible pero que, eso si, si eres de los que están hartos de que las suscripciones en las que llevas bastante tiempo ahora estén llenas de anuncios y tengas que pagar más por lo que ya tenías antes… este es tu capítulo.
En definitiva, Charlie Brooker continua incidiendo en su mirada cínica y descorazonadora sobre el futuro de la humanidad. Y, desde luego, con la poca fe que tenía Stanley Kubrick en el ser humano, seguro que sería un gran fan de esta serie.
