Foto de cabecera: The Brian Jonestown Massacra © Jorge T. Gomez
Tenía ganas de ver a la banda californiana de neo psicodelia liderada por un carismático Anton Newcombe. La psicodelia que practican siempre me ha parecido que juega con esos espacios en los que expandirse, música que te apela solícita a evadirte, fluir hacia lugares en los que dejarse llevar.
Pero muy a mi pesar de la buena predisposición con la que asistí me di de bruces con la cruda realidad: la desgana, una actitud errática, sin sustancia, sin empaque. Algo me decía que la mánager fuese a recoger a Newcombe al bar “La Ribera del Manzanares” podría ser una mala señal. Primero porque estaba a punto de ser la hora oficial de inicio del concierto. Segundo porque podría ser un indicio del grado etílico del susodicho o por las pocas ganas que podría parecer tener de cumplir con sus compromisos musicales.
Me habían hablado maravillas de una anterior visita en la sala But, en 2022. De un poder de convicción casi narcótico. Y lo que sucedió en esta ocasión fue un concierto fallido, en la que los parones eternos entre canción y canción, y una manera errática de desenvolverse desconectó hasta con tus fans más acérrimos.
Arrancaron con el ruidismo y la distorsión de “Maybe make it right”, quizás lo hagamos bien ¿Era una premonición de que no iba a ser así? “Vacuum boots” seguía la senda dispersa pero llevaba la psicodelia más en vena y hacia lo melódico. Con “#1 Lucky Kitty” sobresalen sus guitarras lacerantes y envolventes, tan marca de la casa, y la intensidad sube. Pero otra pausa eterna impide que el concierto coja ritmo, sino más bien que pierda su flujo, su impronta. La cosa quiere remontar con “Fudge”, más letanías hacia la caverna de los tiempos, o hacia la salvación avistada en la lejanía.
Vuelta a caer con canciones con menos peso, hasta que reaparece la magia con “Anemone”, donde parece que aparece el espíritu de Bobby Gillespie y sus Primal Scream. “Nevertheless” prosigue la senda adecuada, impulsada después por “Pish”, otro clásico que reverbera y propulsa la acción. El guitarrista Ryan Van Kriedt con su melena al aire, fruto de un ventilador, es pura fantasía. “Don’t let me get in your way”, es otra declaración de intenciones, como no queriendo que entres en su universo. Las pausas siguen ralentizando todo. Se pierde la intensidad y la fluidez. “Forgotten graves” se pierde entre oscuridades hipnóticas. “Servo” mantiene el pulso más hacia unos Stones. “Super-sonic” fue el final corrosivo, pero sin la velocidad y la pulsión que tenía que haber tenido el concierto.
Quizás no fue el mejor setlist, pero tampoco fue la mejor actitud. Perdieron todas sus bazas para ofrecer un buen directo: originalidad, impacto y ritual. Argumentos, canciones, y banda hay de sobra. Pero así no se llega a ninguna parte. Una lástima como la desgana lleva a autosabotearse y a perder tu esencia, a dejar tu reputación por los suelos. La psicodelia no se merecía esto ¿O sólo fue un mal viaje?
