Imagen de cabecera Autorretrato de Gregori Saavedra ©
Suyas son las imágenes de la cubierta y algunas páginas interiores de la edición en papel nº 201 de El Duende, Buen viaje.
He entrado a ver tu portafolio actual y me he “asustado”, ¿qué ha pasado con tu obsesión con el blanco y negro?
Cuando compraba arcilla en España, siempre era de color marrón. Aquí en la tienda solo tienes arcilla gris. Como el cielo que se cierne sobre esta ciudad la gran mayoría de días. De hecho, hay una expresión inglesa que dice así: “another day under the clay”. A eso añádele que vivimos en una ciudad, o sea, asfalto no falta, más gris. Puede ser que por eso algunos clientes me pidan añadir color a las piezas. Pero debo admitir que mi mundo es puro blanco y oscuro negro.
Pues no. El amarillo es ahora el campeón. Supongo que porque aquí vivo rodeado de verde. Hay un parque en cada esquina. Un jardín tras cada casa. Lo que escasea es el sol, la calidez, la luz.
De entre tus trabajos recientes, ¿cuál dirías que es el que más te ha estimulado, que más te ha hecho disfrutar?
Difícil de decir. Soy un tipo con suerte. Rara es la vez que hago algo que no me encanta. Pero a ver, voy a elegir uno. Estoy terminando de ilustrar la nueva obra de Daniel Solana. Un hombre extraordinariamente sabio e interesante. Ha sido largo y complejo. Pero sarna con gusto, no pica ni una pizca.
La edición 201 de El Duende la hemos dedicado al viaje, de lo que sentimos al viajar y de lo que aprendemos al viajar. Y de no necesariamente viajar físicamente, sino con la ficción y la imaginación. ¿En este sentido cuáles son tus viajes favoritos?
La ilustración me ha permitido explorar los curiosos rincones de mi memoria y de mi imaginación sin necesidad de hacer el equipaje. Gracias a mi trabajo he descubierto paisajes mentales que, de otra forma, nunca hubiera conocido. Pero mis viajes imaginarios son eminentemente visuales. Y los viajes físicos son una fiesta para todos los sentidos. Eso sí, cuando ilustro mientras viajo es brutal. Mi pensamiento está más abierto y las ideas que surgen son infinitamente más inusuales.
¿Viajas mucho, esta vez sí, físicamente? ¿Solo por trabajo o también para conocer otros lugares, por pura evasión?
Hubo un tiempo que trabajé de director de segundas unidades de rodaje. Eso suponía viajes intempestivos a lugares recónditos. Acabé agotado de tanto meneo. Además, desde que nos mudamos a Londres, viajo mucho menos. Por trabajo, porque ahora es posible trabajar en remoto sin problema. Y por placer, porque esta ciudad es como Babel. Coges un bus y te plantas en la otra parte del mundo. Y vuelves a casa sin jet–lag.
¿Qué no faltó en la maleta al mudarte a Londres?
Cuando nos trasladamos al Reino Unido, hicimos un trato con nuestras hijas. Cada uno podía llevarse una sola maleta de mano. Lo que decidieras meter en ella era decisión tuya. Como puedes imaginar no dio para mucho. Nuestra hija menor, por ejemplo, llenó la suya de muñecas. Nada de ropa, ni zapatos, solo sus Barbies. Cada uno descubrió qué era aquello que no podía dejar atrás. Superinteresante.
¿Sigues siendo vecino de Damon Albarn?
Jajaja, lamentablemente, ya no vivimos en el mismo barrio. Cuando llegamos nos instalamos en Notting Hill. Cada mañana me cruzaba con el señor Albarn en Portobello Road. Yo acompañaba a mis hijas hasta la escuela en Bevington Road y él volvía del gimnasio Virgin que había en Lancaster Road. Como gente educada, empezamos a saludarnos y desearnos un buen día. Pero una mañana coincidimos en un café muy popular en el barrio y le confesé mi total adoración. Si me descuido, casi le pido que se case conmigo. Vergonzoso.
Kant no salió de Königsberg y su pensamiento llegó hasta hoy. ¿El turismo, está sobrevalorado?
Cien por cien. Justo ahora hay una instalación aquí en Stratford que te permite visitar las maravillas faraónicas a orillas del Nilo. Te colocan un equipo VR y listo, ya estás en el norte de Egipto. Está siendo un éxito. Esto demuestra que cierto turismo real se parece mucho a una visita virtual. Para mucha gente un viaje es únicamente un cambio de escenario. Para otros, una experiencia vital profunda. Siempre habrá personas más curiosas que otras. Viajamos para satisfacer la necesidad de descubrir. Todo depende de lo que persigues conocer.
El medio de transporte más utilizado es el ascensor. ¿Tu perfil de viajero?
De los que miran a los otros. Chafardeo total. Me fascina la gente. Sus rostros, su forma de vestir, sus gestos. En el ascensor, en el metro o allí donde sea, repaso al personal como un escáner humano. Imagino sus vidas, su niñez, sus relaciones,…
«Mirada, imaginación y corazón», ¿qué tiene más peso en tu trabajo?
Corazón 50%, imaginación 20%, mirada 20% y ejecución 10%. Si la pieza no tiene emoción, no será relevante. Sin imaginación no sorprenderá. Sin mirada no será original. Y sin una buena plástica no será genial.
¿Cómo rompes el hielo ante la hoja en blanco?
Creo que tengo un cerebro en forma de picador de hielo. Me dedico a la creatividad desde los 10 años. Mi padre tenía un pequeño estudio de diseño y me pagaba 100 pesetas por cada logotipo que le ayudaba a resolver. En la escuela me ocupaba de ilustrar los carteles para los eventos, fiestas, etc. Probé algo de cómic con algunos amigos. Después vino la publicidad y más tarde, la ilustración y la dirección. Siempre me ha fascinado la parte en la que resuelves el enigma del proyecto. Cuando abro un nuevo documento en blanco, dura blanco muy poco tiempo. En mi cabeza ya existe una gran parte de la imagen. Solo me dejo llevar por el cuerpo hasta que veo algo interesante y ahí el cerebro vuelve a tomar el control.
Cambiémosle el nombre a la Inteligencia Artificial. ¿Cuál propones?
La “inteligencia” artificial da cierto miedo ahora mismo. Así que propongo dos posibles soluciones. O la bautizamos con un nombre que nos la haga más familiar, rollo Eloísa o Mari-Pili. O le ponemos un nombre ridículo tipo Pukupú o Cachirili para que le perdamos un poco el respeto.
Tu lista de reproducción, ¿ha variado mucho en la última década o eres fiel a tus afectos musicales?
Si me hicieran un perfil de personalidad a partir de mis listas, saldría que soy un psicópata. El bot de Spotify debe ir frito conmigo. ¿Qué le recomiendo a este freak? Por razones que desconozco y que aún no he debatido con ningún terapeuta, carezco del sentido de apego. Un día me pirro por Blue Boy, otro no puedo vivir sin 2Pac, y dos más tarde me enamoro de Biig Piig. Un desastre.
¿Dónde te ves en diez años?
Yo no me veo. ¡Si ni me miro al espejo! Lo que sí diría es que estaré por Barcelona. Mi mujer tiene muchas ganas de volver. Yo dejaré que pasen cosas.