Fotos © Laia Lluch
Para llevarlo a la pantalla ha contado con Patricia López Arnaiz y Antonio de la Torre. Interpretan a una pareja separada desde hace quince años que se reencuentran debido a la enfermedad de él. Palomero, que una vez más elabora un proyecto que rebosa humanidad, nos habla sobre esta historia que se centra en la vulnerabilidad de los seres humanos.
¿Qué te atrajo del relato de Eider Rodríguez para llevarlo a la gran pantalla?
Esta historia me llegó a través del productor Fernando Bovaira. Me propuso si quería hacer la película basada en este cuento. No había leído nada de Eider y fue un descubrimiento absoluto. Yo nunca había hecho una adaptación y tenía mis reparos. Sin embargo, la historia tenía estos cuatro personajes en apariencia sencillos, pero que tienen algo que me parece más difícil de conseguir: son muy contradictorios, sabes que dicen una cosa, pero sienten otra. Me parecía muy interesante además lo que propone el relato al lector, y también la película al espectador: qué haría yo si fuera Isabel (López Arnaiz), qué haría yo si, de repente, reaparece en mi vida mi expareja a la que no veo desde hace quince años y me toca estar apoyándolo en ese momento de su vida. Este era un tema con el que sentía que podía volcar todo lo que me ha obsesionado durante muchos años, y es todo lo que tiene que ver con el paso del tiempo. Con la memoria, el olvido y las ganas que tenía yo tras haber vivido la pérdida de un ser querido, de poder reflexionar. O darme un espacio en el que poder hacer una película que reflejara todas esas emociones que yo había vivido. Aunque hable de la muerte, para mí la historia trata sobre la vida.
La película enseña una perspectiva que no se suele tocar, que es una pareja rota ¿Consideras que se habla poco de esto, o que hay muchos clichés en la ficción?
Lo que me interesaba mucho del relato y que también están en el guion es que no es una historia sobre cómo ellos, a raíz de esa enfermedad y ese reencuentro se reenamoran, sino que es una película que habla sobre el amor, el amor en letras mayúsculas, no el romántico: el amor entre seres humanos, sin importar tanto los vínculos que tengan. A todos nos ha podido ocurrir, que tienes una expareja o un amigo o amiga que en un momento dado de tu vida ha sido vital y, de repente, ha dejado de serlo. Obviamente, aunque hayas estado 10 años sin saber nada de esa persona, ya está en tus recuerdos, y ya te ha hecho ser quién eres.
Has rodado en Horta de San Joan ¿Qué querías destacar del entorno rural en donde se desarrolla la historia?
Fue una manera de hacer mío el relato, porque no quería que fuera un encargo. No es que tenga nada contra de ellos, pero como iba a tocar un tema para mí tan trascendental como era el indagar sobre mis recuerdos, quería hacerlo desde un lugar muy «desde las tripas». El relato transcurre en Hendaya y lo llevé a mi pueblo, en donde yo he veraneado siempre. Casi todos los cortometrajes que he hecho los he rodado allí. Para mí es un sitio que tiene una energía especial. Además, el guion está lleno de cosas mías vivenciales que tienen que ver con las emociones y que están vinculadas a los espacios donde hemos rodado. Me he dado cuenta de que necesito estar muy vinculada a los espacios y que cuenten mucho y que signifiquen mucho para mí. Unir mis recuerdos personales es una manera de ponerme al servicio de la película.
En esta película muestras una realidad sin juzgar, concretamente cómo una mujer ha de cuidar a su expareja. ¿Crees que todavía la educación dista mucho todavía entre hombres y mujeres?
Sí, totalmente. Aunque haya habido pequeños cambios, no ha habido un despertar de la conciencia colectiva. Existen diferencias en cuanto a cómo enfrentarse al dolor y también con los cuidados. Hay algo que tenía muy claro en la historia: no quería que se sintiera una película de una mujer cuidando a su ex, sino que todos cuidan de todos. Sin embargo, la realidad es que nosotras cuidamos más, es lo más habitual: mujeres que cuidan de sus exparejas. Lo raro es verlo al revés. Esto obviamente tiene que ver con cómo nos han educado y cómo es la sociedad en la que vivimos. Por ello es tan importante que se produzca esa transformación y ese cambio, porque todos, como seres humanos que somos, necesitamos una red de seguridad.
Una vez más, como en Las niñas o La maternal, dejas muchas cuestiones abiertas para el espectador. De hecho, la película crece a medida que la piensas más.
No sé cuánto hay de ser consciente para llegar a eso, pero sí que creo que menos es más, siempre. Y lo que es más simple para mí es lo que siempre funciona mejor, bien a la hora de presentar un conflicto o una escena dialogada. Intento que las películas sean lo más parecidas a las que a mí me gustaría ver, obviamente no lo puedo hacer porque me la veo cada día durante seis meses, de modo que no hay distancia posible como para poder tener respuesta a eso, pero sí que creo que está bien dejar una parte para que la rellene el espectador. Y en este caso concreto, sobre todo lo que tiene que ver con el pasado de ellos, lo tenía muy claro. No quería que fuera una pareja que haya roto por algo excepcional. Las parejas generalmente se rompen porque se acaba el amor, porque ha entrado otra persona, etc. No es que haya víctimas y culpables, a veces simplemente es como personas que somos, crecemos y vamos por caminos distintos. Quería que fuera como una conversación que todos hemos podido tener. También porque una vez que hemos llegado a la edad de los protagonistas, todos hemos vivido esas mismas sensaciones, y cargamos ya con varias cosas en nuestras mochilas.
¿Cómo ha sido contar con Patricia y Antonio? ¿Tu estilo en la dirección de actores ha sido diferente a las anteriores películas?
Pues ha sido parecido y totalmente distinto. Yo ya sabía que iba a ser diferente porque la película estaba muy planificada a nivel de cámara y es más fiel al guion, pero sí que hemos improvisado bastante. También hemos dejado espacio para que sucedan cosas. De hecho, antes de preparar la última versión del guion para rodar, me encanta juntarme con el reparto y hacer una convivencia y de ahí escribir la última versión añadiendo gestos o detalles que me han contado, viendo los personajes ya en ellos. He descubierto que esta manera es fantástica para trabajar, pero ellos también son actores que saben modular sus emociones al milímetro. Es como si tuvieran incorporada una ruleta para subir o bajar medio punto de intensidad.
¿Qué tal ha sido sacar adelante la tercera película? Porque no es habitual que salgan con tan poco margen de diferencia.
Los proyectos se alargan en el tiempo, cierto. A mí esta propuesta me la hizo el productor Fernando Bovaira en diciembre de 2020, cuando se acababa de estrenar Las niñas, pero ni siquiera había pasado por los Goya todavía (la película ganó cuatro galardones incluido el de Mejor Película). Supongo que ayudó el hecho de que Las niñas fuera tan bien después pasara con mismo con La maternal. Me siento una privilegiada, creo que estoy haciendo las películas de manera muy libre, como siento que quiero hacerlas.
Además, este proyecto no ha tenido nada que ver con Las niñas, que fue una pesadilla. Estuvimos al límite del que no se hiciera por todos los baches que hubo en el camino. Pero no creo que fuera diferente a cualquier otro compañero o compañera intentando levantar su primera película; todos tenemos experiencias similares. Lo demás ha venido muy rodado. Mientras editaba Las niñas empecé a escribir La maternal, y mientras la promocionaba empecé a escribir Los destellos. Ha ido fluyendo todo. Pero tengo los pies muy en la tierra y soy muy consciente de que esto no siempre va a suceder. En cualquier momento un proyecto se puede encallar en el camino por falta de financiación. Y soy muy consciente de que cómo le vaya a tu última película, influirá mucho en cómo se financie la siguiente.
Los destellos se estrena en cines el 4 de octubre de 2024