Es un clásico del cine familiar, el poner a un simpático animalito que haga las delicias de pequeños y mayores. Algunos ejemplos son las sagas perrunas de Lassie o Rex, un policía diferente o de películas como Siempre a tu Lado, Hachiko (Lasse Hallström, 2009). Ahora nos llega Arthur the King que, como es costumbre, conquistará (quizá solo) los corazones de los amantes de los perros.
Dirigida por Simon Cellan-Jones, esta es una adaptación cinematográfica del libro escrito por el corredor sueco de raids Mikael Lindnord, un atleta con mala fama que integra a su equipo a Arthur, un perro abandonado que le ayudará a conseguir la victoria en una Adventure Team Racing –también conocida como una carrera de cientos de kilómetros que incluye ciclismo, escalada y kayak en terrenos peligrosos-.
Siendo Mark Wahlberg el actor protagonista, se demostrará su verdadera resistencia atlética y la importancia del trabajo en equipo por medio de un viaje emocional y cautivador cargado de unos desafíos que desembocarán con el triunfo ante la adversidad, como es habitual en los filmes que beben de Hollywood.
Aunque la trama sea predecible y convencional con ligeros toques de humor, es destacable la ternura de los personajes y, por supuesto, la fotografía paisajística de la mano de Jacques Jouffret. Es decir, la excusa del equipo de hallar atajos en la carrera recorriendo los peligrosos e inexplorados terrenos de República Dominicana –a pesar de que la verdadera historia se ubique en Ecuador- es una buena estrategia para atrapar la mirada del espectador.
Ante todo, no una película para todos los públicos. Está pensada para pasar un buen rato en familia, con los más pequeños, o bien, para los espectadores amantes de los perros que disfrutan de las tramas conmovedoras y livianas. Esto se desvela con la entrañable conexión entre el protagonista y Arthur, y la forma en la que Michael protege al perro labrador generando un vínculo inquebrantable entre ellos.
El cine lo ha vuelto a hacer reciclando clichés con un guion que carece de trasfondo y singularidad –en el que el héroe americano resuelve el conflicto con su riqueza-, sin destacar ningún giro inesperado o desarrollo significativo de los personajes. Todo ello, convierte su visionado en una experiencia cinematográfica superficial y poco memorable.