Gracias al ciclo de conciertos Mazo volvían a Madrid los estadounidenses The Magnetic Fields para conmemorar su obra maestra, 69 Love Songs (1999), un triple álbum esencial para entender la evolución del pop. El año pasado se cumplía el 25 aniversario de una obra magna que exhibe la capacidad del pop underground para mezclarse con folk, electrónica y sonidos clásicos y experimentales. El todo, y sus partes, resaltaban en un compendio magnífico y totémico de pop.
Pues bien. Siempre es un buen momento para celebrar semejante obra maestra en dos veladas que dividan en dos esas 69 canciones mágicas y tan especiales. En mi caso no pude asistir al primer episodio, o primer asalto pop, sólo pude asistir a la segunda parte. Pero lo que vi fue la magnífica exhibición del cuarteto que acompaña a Stephen Merritt. Ya pude explicar la maravilla musical de su puesta en escena en esta web en un concierto madrileño allá por 2023.
En aquella fue en la sala But. En esta ocasión el escenario rompía la magia de una música que pide a gritos un teatro, o un espacio más idóneo, para esta música del alma. Y aunque ambos conciertos sonaron bien, no son los lugares indicados para una propuesta exquisita que busca los matices, y que considero que precisa la comodidad del oyente, que uno pueda cerrar los ojos en el confort de una butaca y pueda viajar en ese trance pop al que nos invita Merritt y los suyos.
Esta segunda parte del 69 Love Songs podría parecer menos impactante pero tiene una gran cantidad de joyas en forma de canciones. Enseguida la banda alcanzó el punto perfecto con Papa was a Rodeo, una canción que sobrecoge, y que gana enteros con los coros de Claudia Gonson (teclados, coros) en la parte final, en ese cruce de dos voces. Y es que la presencia de coros de Claudia y de Shirley Simms embellecen las canciones. Nos embelesamos con el punto folkie, banjo mediante, de Epitaph for my Heart. Las letras de Stephen Merritt siempre conjugan la combinación perfecta de historias con ironía y una dosis de lamentos con un punto depre. Merritt luciendo gorra y camiseta de Alice Cooper no puede resultar más un friki entrañable.
Asleep and dreaming nos lleva de ensueños por el enamoramiento luminoso y repentino de alguien que nos cruzamos. Con Abigail, Belle of Kilronan, los delays de acústica se entremezclan con pandereta y un chelo celestial. I Shatter nos desvela un riff de chelo (impecable Sam Davol), que en directo resulta menos tenebroso que la versión de estudio: tiene algo fascinante entre esos aspavientos y graznidos musicales. De pronto emerge en Underwear un riff con aspecto blues marcado por una caja de ritmos ¿Para elevarse en himno? O surge un pop que parece un revoloteo de mariposas en It’s a Crime. Un triple álbum en el que no paran de estirar el concepto de pop.
Chris Ewe (teclista) se luce en Busby Berkeley Dreams arropado por el chelo de Davol. Gonson lleva el peso coral I’m Sorry I Love You un pop con efectos noise a modo de balada, o disculpa por ser enamoradizo. Gonson prosigue llevando el peso en Acoustic Guitar que tiene un deje a canción católica pero en ese halo un tanto impostado desprende belleza. The Death of Ferdinand de Saussure (sí, el lingüista francés), evoca paisajes de pop galáctico y embriagador con ínfulas intelectuales: eso no le quita el punto de temazo. La cosa transita entre el pop, folk (grandiosa Meaningless, o Queen of Savages) con alguna ida de olla experimental (Experimental Music Love o I Can’t Touch You Anymore o Strange Eyes con Gonson como vocalista) o el momento barroco de For We Are the King of the Boudoir. El cabaret de Zebra cerró una noche para homenajear un disco magno y a una banda única.
En definitiva, fue una exhibición del poder del pop para expulsar decepciones y cantar alguna que otra alegría. Degustamos grandes canciones de amor y desamor, y nos bebimos la vida en forma de canciones, evocando miserias e ilusiones. Nos faltó un lugar idóneo, un teatro, una iglesia para excomulgar nuestros pecados y nuestros deseos más radiantes, pero bueno, la vida ya es puro teatro.
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