Foto de cabecera 'Cuentos para no dormir'
La última edición de Sheffield Doc Fest contó con más de 120 películas, de las cuales 37 fueron estrenos mundiales. Este año, además de la habitual agenda repleta de A-listers de la industria, incluyendo la presencia de la BBC, Netflix, HBO y Disney, su programa internacional hizo gala de un sabor latino sin precedentes. Quizás algo tuvo que ver el papel clave del venezolano Raúl Niño Zambrano, nuevo director creativo del festival.
El primer día del festival, Niño Zambrano repasó con nosotros el año intenso de preparaciones previo al festival, que tiene lugar anualmente durante 6 días en julio. El proceso del comité de selección incluye los visionados de cientos de películas, viajes por todo el mundo para recabar material nuevo y el delicado proceso de forjar relaciones decisivas. “Somos un equipo de veinte personas. Queremos ser la casa del documental: mostramos un abanico de todo lo que se está haciendo actualmente”, explica Raúl. En esta edición especial del 30 aniversario se exploran temas tan variopintos como los riesgos del periodismo en la actualidad, los conflictos a los que se enfrenta la comunidad LGTBIQ+ o las vicisitudes de la sociedad ochentera a través de la música.
En su rol como director creativo del festival, Raúl destaca la falta de jerarquía que prevalece en la organización. “Yo doy a todo el equipo el espacio para que compartan opiniones; poniendo los puntos de vista en conjunto, decidimos qué aporta cada película a la selección”, asegura.
¿Es coincidencia que todos los títulos de cineastas latinos que vamos a abordar tienen un fuerte trasfondo político? En un continente cuya historia está profundamente marcada por el conflicto, quizás es inevitable que hasta las piezas más oníricas, como la obra de Lila Penagos, tengan raíces violentas.
Cuentos para no dormir* es una pieza sensible de tintes teatrales que ahonda en el pasado del padre de la directora, Carlos Penagos, un guerrillero a lo Robin Hood en la Colombia de los 80. El documental explora “la capacidad de reinventar las realidades dolorosas”, explica Lila. Para su padre, fue una oportunidad de revisar la historia de su vida con una nueva luz.
La necesidad de Lila de reconectar con su padre surgió del distanciamiento que sentía en el momento de dar a luz a su propio niño mientras su padre comenzaba una nueva familia. Empezó a recordar los cuentos paternos, que lejos de adormecerla, despertaban mil preguntas. Y así empezó a forjarse el guión.
La película nos abre la puerta a momentos íntimos en una época turbulenta de la sociedad colombiana, a caballo entre la realidad y la ficción, entreviendo a menudo matices dolorosos que la familia Penagos ha desenterrado para hacer las paces con su propia memoria. Un ejercicio íntimo, con una estética cuidada: los colores evocan la nostalgia, y la cámara sigue a Carlos con una soltura y un cariño que solo podrían existir en un núcleo creativo tan especial como el que forman las hermanas Penagos. “Fue una experiencia intensa en muchos niveles”, reconoce Carlos, “estoy interpelado en la película, es mi vida la que está en juego”.
Todas las flores es un tierno retrato del barrio de Santa Fe, Bogotá, de la mano de la comunidad trans, en su mayoría mujeres que trabajan en los burdeles (legales) del barrio. La llamada “zona de alto impacto” del barrio se rige con normas distintas al resto de la ciudad, lo que ha permitido que se convierta en un lugar de encuentro, un refugio para personas trans. “Los retos a los que se enfrenta la comunidad hoy día en cierta medida son los mismos que antaño”, explica Carmen Oquendo Villar, la directora, “El promedio de vida ahora mismo son 35 años. Hay muchos tipos de violencia institucional y social que se siguen perpetuando. Por otro lado, se ha ganado mucho; como dicen dos personajes mayores de la película, las jóvenes no se dan cuenta del camino que ya han recorrido”.
El equipo ha estado inmerso en el proyecto, forjando una red de apoyo y confianza en el barrio, desde hace 17 años. “La importancia de la paciencia, del cuidado, la ternura y la pasión” guiaron al productor, Alejandro Angel, a través de los años. No solo han ofrecido una plataforma para las voces de la comunidad del emblemático barrio, sino que se han convertido en aliados más allá del set.
En ocasiones, han sido las protagonistas de la historia las que han sacado a Carmen de aprietos. “La sorpresa grata es que si bien es un lugar bastante difícil, la misma comunidad te protege”, comparte Carmen: “ Una vez quedé atrapada de noche en una huelga en el barrio con un portátil, y Madre Marta me escondió en un prostíbulo, mientras Madre Lucha llamaba a un cliente, que es taxista, y me llevó de vuelta a casa”.
Carmen y Alejandro querían romper con la idea que tenemos de los prostíbulos como lugar violento y sucio, y ver la otra cara de establecimientos como Tabaco y Ron, que es un refugio que abre sus puertas a personas que han tenido que huir de sus países y familias.
Juan Castro de Jong está al frente de su propia productora y distribuidora, Latin Quarter, que nació con la idea de ampliar el impacto internacional del cine iberoamericano. En Sheffield, presenta Lo que la tierra recuerda, un proyecto que nos transporta a Sudáfrica, de la mano de un equipo eminentemente latino: Castro es de origen peruano, y el director, José Cardoso, es ecuatoriano.
El documental se centra en la historia de resiliencia de la comunidad de color de Die Vlakte, en Ciudad del Cabo, íntimamente afectada por el Apartheid. Juan nos cuenta que el director solía frecuentar un café donde se juntaban los sabios de la comunidad negra, y uno de ellos le pidió visitar su casa, cosa a la que accedió sorprendido. Una vez allí, el anciano le confió que esa era su casa.
El director, incrédulo, pidió explicaciones, y entonces empezó a descubrir la historia de desplazamiento y segregación que se escondía en los cimientos de la universidad: en la década de 1960, en Sudáfrica, la comunidad de Die Vlakte fue desplazada violentamente para dar lugar a la institución. A partir de entonces, se empezó a hilar este proyecto apoyado por la comunidad, que ha estado en el centro del proceso creativo.
El resultado es una película que no deja a nadie indiferente. El trabajo de edición explora los contrastes entre la serenidad de la comunidad negra y la agresividad de la cultura que promueve la universidad.
Al acabar esta edición tan especial del festival de documental de Sheffield, se queda en el aire la energía inagotable de personas de todas las edades y continentes, que viajan a la ciudad para compartir historias. En la industria del documental independiente, no hay espacio para el glamour de las alfombras rojas. Los cineastas luchan durante años, incluso décadas, para poder contar las historias que despiertan en ellos una pasión sin fronteras.
En los momentos que siguen al primer visionado de los documentales, hay una energía nerviosa que me remonta a los días de escuela, y los diálogos entre los cineastas, los personajes y la audiencia, lejos de zanjar las cuestiones, generan una curiosidad infinita. “Lo que más me interesa es que la gente conecte con la película y que conecten entre ellos. Aquí en Sheffield, después de un screening las personas van a tomarse un café, la conversación no se acaba”, dice el director creativo, sin poder esconder una sonrisa.
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*contraseña para el visionado del tráiler: GatitoTito