La vida misma con la opción extra de ser un hacker, un piloto o un delincuente común, cosas que, desgraciadamente, jamás seremos en el mundo real. Cuando me introduzco en estos mundos virtuales se opera un parón en mi vida cotidiana para pasar a mi otra vida cotidiana. En mi tercera realidad, la que sucede cuando me voy a dormir, no sueño con mi vida real, sino con mi vida pixelada dentro de la consola.
Ahora nos anuncian, nos anuncia Mark Zuckerberg, que viene el Metaverso (el periodista Alex Grijelmo prefiere llamarle Metauniverso, porque no tiene que ver con los versos poéticos sino con los nuevos universos digitales), que es una especie de videojuego tipo sandbox pero con mayores dosis de realidad: en él hablamos con personas reales y nuestras acciones tienen consecuencias reales, por ejemplo, cuando realizamos una transacción comercial, que es al final para lo que sirve todo esto de la tecnología: que el dinero fluya, a poder ser desde abajo hacia arriba, como el champán que brota.
Tengo dudas sobre la utilidad de Metaverso, que probablemente se convierta en una nueva versión 3.0 del fracaso de Second Life. Una de las gracias de internet es, precisamente, su adimensionalidad: que para hablar con alguien no haya que ir a un bar o a su despacho, que para consultar una información no haya que ir a la enciclopedia, que para comprar algo no haya que moverse de casa. Internet elimina el espacio físico tridimensional, reduce la vida a la dimensión temporal, en internet no cuenta el espacio, solo el tiempo. Internet es la abolición de los kilómetros.
Metaverso nos devuelve a la tridimensionalidad del mundo real, pero en versión digital, de modo que con nuestro avatar, trasunto de nuestro cuerpo físico, tendremos que desplazarnos a diferentes lugares virtuales para hacer cosas. Metaverso se quiere parecer demasiado al universo, y, ya saben, cuando hay que elegir entre el original y la copia, la gente suele elegir el original, como vemos con frecuencia en política.
Hay quien dice, como el filósofo Nick Bostrom de Future of Humanity Institute, en Oxford, que lo más probable es que ya vivamos en una simulación informática, como si nosotros fuéramos el videojuego tipo sandbox de una civilización más avanzada, o una especie de terrario cósmico donde otros seres inimaginables nos observan divertidos y se descojonan de nuestros despidos y nuestros tumores. Eso explicaría, también, que la realidad que consideramos real tenga tantos errores, tantos misterios, tantas incongruencias. El resultado del Benidorm Fest sería un bug, un error, de esa simulación, así como todas las anomalías de la Física.
Bien mirado, si somos el videojuego de otros, si ya somos un metaverso con ínfulas, quizás me ponga a robar coches, a pilotar aviones y a hackear ordenadores gubernamentales, que es lo que se espera de mí.