Foto de cabecera. Diseño de Tíscar Espadas
Capítulo I, su primera propuesta, fue seleccionada como finalista en el Big Design Award de Tokio. Y ahí comenzó un camino de incontables éxitos. Entre los más recientes, el premio Allianz Ego Confidence in Fashion. No solo su faldas, chalecos o pantalones son obras de arte, la puesta en escena de sus eventos, la música, los modelos; todo está dibujado con un pulso firme pero calmado, conscientemente trazado para hacer llegar un único mensaje, emocional y revolucionario.
Su camino hacia el éxito pasa por tener las ideas claras: «Creo que es necesaria una cierta actitud de rebeldía y coherencia. En el estudio poseemos lo más difícil, saber cuál es nuestro lenguaje y qué tenemos que decir con él. Tengo el deber moral de desafiar esas pautas establecidas para avanzar», sostiene.
Tus creaciones están en Japón, Londres, Madrid o París. ¿Cómo cambia la mirada hacia la moda en cada lugar?
Al principio no entendía cómo mis prendas, tan cargadas de raíces españolas, podrían encajar en el gusto de un espectador asiático tan diferente culturalmente a nosotros y con un peso estético tan marcado. Pero curiosamente la simbiosis se produjo con sorprendente naturalidad. Y ahora entiendo el por qué. La forma de mirar es completamente diferente a la occidental. Allí se aprecian ciertos matices que aquí hasta se llegan a menospreciar. En Japón tienen una cultura y una forma de vestir muy diferente a nosotros, mucho más libre e individualizada, valoran en extremo la belleza, la sutileza de los detalles, la sugerencia y la carga poética de cada objeto, también de las prendas.
Fast y ultra fast fashion, cambio climático, saturación de impactos, influencers. ¿Cómo defines este momento para vuestra profesión?
Mal entendido. En torno a la moda está lo mejor y lo peor del ser humano. En ella hay creadores que hacen de su trabajo una apuesta diaria por la coherencia, la belleza y la libertad. Pero también en torno a la moda se teje una maraña confusa de contradicciones, donde se mezclan industrias de avaricia desmedida, intereses especulativos, vacuidades y frivolidades, que no me interesan en absoluto. Y que no deben distraerme de mi trabajo diario, de mi apuesta por defender lo real, la calidad y la solidez de las propuestas.
Cada prenda es única y está hecha a mano por fabricantes locales. ¿Es fundamental para ti saber que su producción no daña el planeta?
Por supuesto, la pretensión de mi trabajo no es producir más ropa sin más, ya existe suficiente oferta a nivel mundial creada bajo el concepto mercantilista de la prenda de moda como objeto desechable y efímero, casi intrascendente en nuestra vida, abocado a ser de inmediato sustituido por otro “producto”. Este mecanismo ha proporcionado ingentes beneficios a la industria, pero consecuencias devastadoras a la naturaleza, a la sociedad y al desprestigio de la propia moda. Ese modelo no me interesa en absoluto.
¿Cuál sería el camino?
La vuelta a la artesanía salvará a la moda y el dejar de tratarla como un mercado más, sería lo más inteligente. Salvando la moda, lo haríamos también con el planeta, ya que sería una salida mucho más ecológica. Por lo tanto, me gustaría pensar que la llamada democratización de la moda acabará derrumbándose sobre sí misma y un uso más inteligente de la ropa nos llevará a una personalización de la misma. Volviendo así, a tiempos en los que ponerse, o no, un pañuelo en la solapa, mandaba un mensaje.
¿Te da miedo que el espíritu poético y artístico de tus piezas emita un mensaje inaccesible y lejano?
En absoluto. Estamos necesitados, y hoy en día, cada vez más, de una visión poética, pausada, profunda y perdurable de la vida. Se hace necesario un alejamiento de lo efímero, de la uniformidad, de la frivolidad, de la prisa, que nos reencuentre con lo valioso. Quizás nuestras prendas, por contraste con la homogeneidad imperante, puedan parecer lejanas o inaccesible, pero puedo asegurar que no lo son. Imagino que la poesía nunca será tan de masas como la narrativa, pero no por ello es menos necesaria.