Foto de cabecera. PJ Harvey en Noches del Botánico © Martin Page
Tres veteranos periodistas musicales de prestigio: Joan S. Luna, Nando Cruz y Fernando Navarro han sido testigos privilegiados de la evolución de la música en directo en nuestro país. Les pedimos que nos hablen sobre música en directo
A comienzos de los años ochenta todo estaba muy descontrolado, según el jefe de redacción de la revista Mondo Sonoro, Joan S. Luna, quien pudo colarse siendo menor de edad en un concierto de Black Sabbath, en 1983, en la plaza de toros de la Monumental, en Barcelona. Para el escritor y periodista de El País, Fernando Navarro, ahora el público es más ruidoso y, «en cierta medida, más molesto. Siempre estuvo ahí, pero en los últimos tiempos es más abundante». Por contra, nos cuenta, «la mayor fortaleza de la música en directo hoy es que hay equipos de sonido y de imagen mejores». Opina el también escritor y periodista musical Nando Cruz que la diferencia más notable ahora es la profesionalización. «Años atrás, todo era más silvestre y estaba peor organizado». Y añade: «aunque suene contradictorio, aquella imprevisibilidad a menudo desesperante hacía de los conciertos un espectáculo también sorprendente». Secunda la idea Joan S. Luna, quien nos cuenta que era raro dar en los primeros ochenta, en los conciertos heavies a los que solía acudir, «uno con sonido bueno». A ellos se sumaba la poca experiencia de los programadores en activo.
Otras cosas, sin embargo, parece que no cambian demasiado, y es que, según la opinión de Fernando Navarro «seguimos sin tener un circuito de salas a la altura de la música que existe». Y es que muchas salas son locales de noche «regentados por empresarios de discoteca, no de sala de conciertos». Según Navarro, estamos a años luz de Estados Unidos y Reino Unido. Opinión que comparte con Joan S. Luna, quien nos habla de la dificultad de las giras pequeñas de bandas más modestas, a las que cuesta rentabilizar sus movimientos. Y es que, cada vez hay más oferta, más posibilidad para las bandas de girar y más bandas girando, pero, por contra, la mayoría de salas ya no funciona como programadores, sino como locales que se alquilan». Nos cuenta Joan S. Luna que «en Estados Unidos es mucho más fácil que vayas a una hamburguesería y que haya un artista tocando. Existen también los conciertos de garaje, y los grupos pequeños se organizan para tocar». Aquí en España, sin embargo, por una cuestión de licencias, esto no se puede hacer. «Y las bandas necesitan foguearse», afirma.
La consecuencia de todo esto es que, como nos cuenta Nando Cruz, «la música en vivo se ha convertido en un gran negocio. Se mueve tantísimo dinero que muchos pequeños promotores han sido engullidos por multinacionales del sector y otros están en manos de fondos de inversores». Ello ha provocado la subida de los precios de las entradas, que no se corresponden con el poder adquisitivo de España, «de modo que buena parte del público ya no tiene acceso a esos conciertos». En suma: muchos conciertos se están convirtiendo en un producto de lujo. Y ello tiene sus consecuencias: «Uno de los primeros efectos de esta situación, nos cuenta Nando Cruz, es que solo pueden emprender carrera músicos con capacidad económica para perder dinero durante unos años». Sobre los macrofestivales, opina Joan Luna que obligan al espectador a no poder sentir al artista cerca, y así no sientes «en cierta medida que está tocando para ti», pero que son buenos lugares para descubrir nuevos grupos. Dice Nando Cruz que «esa sensación de colectividad extasiada implica a menudo asistir a un espectáculo desde la lejanía, con un sonido pobre, una visibilidad mediada por las pantallas, aglomeraciones y otros condicionantes que, en lugar de sumar, restan» y que, además, la masificación y la sobreprogramación provocan la sensación de vivir en una «ginkana extenuante». Por su parte, Fernando Navarro nos cuenta que si no vives en ciudades céntricas y grandes, donde parece que todo sucede, «los festivales te dan la opción de ver muchas bandas y artistas que de otra manera no verías en tu región. En este sentido un festival siempre ha sido una opción buena e interesante. Lo malo es que muchos festivales tratan al público como ganado», afirma.