Carrera Blanca en la Sala El Sol el pasado 29 de febrero © Sally Chinaski
Las salas de pequeño formato son los templos de la música en directo. Allí se concentran la mayoría, sino la totalidad, de los actores que intervienen en la coreografía perfecta de un concierto: artistas, promotores, técnicos de sonido, “pipas”, merchandising, público… Todos peregrinan abnegados hacia ese lugar sagrado cuya oscuridad se intuye tras las puertas.
Pero, ¿quién decide su programación? ¿Cómo se dibuja la figura del programador? Hablamos con los responsables de programación de tres de las salas con mayor tradición del centro de Madrid, El Sol, Wurlitzer y Café La Palma, para saber algo más sobre la profesión y desmentir algún que otro mito.
«Lo más importante es el gusto por hacer equipo, porque el éxito de cada producción depende del trabajo duro y coordinado de perfiles muy distintos que deben complementarse», asegura Raúl Díaz, programador de la sala El Sol. Y continúa: «Quizás mucha gente se la imagine como una profesión glamurosa, pero creo que eso no es una parte tan significativa. Dedicarse profesionalmente a esto implica, sobre todo, mucha dedicación y mucha capacidad de escucha, porque la mezcla del dinero y del ego artístico es delicada, y más en un sector que tiende a ser precario en España. Hay que reconocer el talento, pero, además, la viabilidad económica de las propuestas».
Y es que también hay mucho de gestión comercial en el día a día. «Todo el mundo quiere tocar en fin de semana y, a veces, nuestro trabajo es hacer entender que ir a la contra, y tocar un jueves o un domingo, puede ser una opción igual de interesante», secunda Nabor Raposo, programador de Café La Palma. Y puntualiza: «También es importante intentar contratar bandas que lleven sin tocar cierto tiempo o, si lo han hecho, revisar si su crecimiento es orgánico. Tocar mucho, mata, a medio plazo».
Dificultades y líneas rojas
A diferencia de lo que ocurre en los festivales, donde las tareas se fragmentan en diferentes departamentos, en las salas la gestión es bien distinta: «Si llevas un proceso integral como yo, que va desde que contactas con las bandas hasta que les envías el justificante de pago de la factura, estás inmerso en un proceso muy largo de preproducción, ticketing, comunicación, producción técnica y de sala… Solo, monto más de 200 bolos al año», comenta Raposo. Y en algunas, como la Wurlitzer, prefieren montárselo a lo Juan Palomo: «Lo mismo somos un poco raros, porque aquí no hay un programador como tal. Los mismos que te ponemos la cerveza contestamos a los mails y cerramos conciertos».
En cuanto a las líneas rojas, cada una tiene las suyas propias y atienden a criterios muy distintos.
En Café La Palma, nunca van a ciegas; escuchan el proyecto y, tras valorar parámetros artísticos y de rendimiento, generalmente van adelante. «Esto es una pelea con los ciclos, que a menudo bloquean fechas sin tener claro para qué. Quizás es un debate que los programadores tendríamos que afrontar con los promotores de los ciclos», plantea Raposo. Y sus líneas rojas, claras: «No solemos programar grupos de versiones o bandas tributos. Prima siempre el contenido original». Además, tienen un limitador de potencia que les impide programar metal o stoner rock.
Por su parte, en la sala El Sol, aunque sigue primando su herencia pop-rock, no tienen líneas rojas de estilo, y especialmente en los últimos años se han abierto definitivamente a todo tipo de músicas. «Personalmente, me alegra mucho que El Sol pueda acoger a Amaral, a Natalia de OT, a Hidrogenesse, al Coleta o a Lydia Lunch».
En Wurlitzer dicen que estas líneas son difusas: «Te diría que no hacemos tecno, urbano o étnico, pero es mentira. Intentamos estar cerca de lo que nos gusta, eso sí».
El reto del calendario
¿Y el reto actual? Gestionar la alta demanda. «Cada vez hay más grupos que quieren tocar. Se complicar llenar un martes, pero de jueves a sábado se hacen casi solos. Otra cosa es que salga rentable y que para la sala no sea muy arriesgado», afirman desde Wurlitzer. Y Díaz lo confirma: «Hemos trabajado para optimizar la ocupación, y estamos acogiendo eventos de lunes a domingo. A veces incluso en franja matinal o de tardenoche».
La contrapartida: «Un calendario que tiende a cerrarse con una antelación exagerada para nuestra dimensión como sala. Muchos meses se presentan completos con casi un año de antelación», asevera.