Foto de cabecera. Foals en concierto © Martin Page
Según la teoría del ethos de la Antigua Grecia, la música está directamente relacionada con la parte más emocional del ser humano. Para Pitágoras es sanadora del alma; medicina del espíritu. Aristóteles admite la función catártica de la mousiké y su influencia en la formación del carácter de una sociedad. La ciencia ha demostrado las propiedades terapéuticas de la música en directo.
Esas mariposas en el estómago segundos antes de que los músicos se suban al escenario acompañados del parpadeo de las luces que bailan al son de la melodía. La piel de gallina al escuchar los primeros acordes de esa canción que tenemos en bucle y la vibración de nuestras cuerdas vocales al cantarla a pleno pulmón hasta quedarnos sin voz. El corazón acelerado al sentir los temblores provocados por los sistemas de sonido. Todas estas sensaciones físicas que se producen en el cuerpo humano reflejan el poder de la música en directo.
En el transcurso de un concierto son muchos los factores que pueden influir en el estado de ánimo. Elementos como la letra, con la historia que se esconde detrás, y la melodía pueden provocar amor, odio, tristeza, nostalgia, alegría o ira. Las experiencias personales y asociaciones que creamos con las canciones o los géneros tienen un gran peso a nivel neurológico. Dónde escucharlas también repercute: en la intimidad de una sala pequeña donde intercambiar miradas con el guitarrista de la banda o en un estadio deportivo con miles de personas coreando. En el primer caso la fuerza emocional puede ser más significativa al establecerse una conexión directa con los intérpretes.
Lo que está claro es que el ser humano como animal social (volviendo a Aristóteles) disfruta enormemente de las actividades en comunidad. Los conciertos o festivales son experiencias colectivas en las que se produce un contagio emocional que nos lleva a la liberación y desahogo individual.
Asistir a un concierto se traduce en el aumento de la actividad cerebral en la amígdala, región vinculada al procesamiento emocional. Un equipo de investigadores de la Universidad de Zúrich ha estudiado esta cuestión a través de un experimento que compara los efectos de la música en vivo y de la música grabada en los procesos emocionales del cerebro humano. Los participantes escucharon dos veces la misma pieza: una de ellas fue interpretada por un pianista en vivo y la otra era una grabación. El músico podía variar la intensidad de la actuación en función de la actividad cerebral de los oyentes. Ahí radica la principal diferencia: una canción reproducida en Spotify no se adapta a la respuesta del que escucha. Efectivamente la música en vivo provocaba una estimulación mucho más fuerte y consistente en la amígdala (y más allá de ella).
Musicoterapia. Curar el alma
«La musicoterapia tiene alcances en múltiples condiciones y poblaciones», explica Samuel Cartaya, musicoterapeuta infantil. Son muchas las problemáticas físicas y mentales que se pueden tratar en estas sesiones: en bebés prematuros «las canciones mejoran el ritmo de alimentación y recuperación en incubadora»; en niños es muy beneficioso para tratar trastornos como el TDAH o el TEA; en los adolescentes y adultos jóvenes puede ayudar al «fortalecimiento de la autoimagen y autoestima, al manejo del estrés y de las emociones»; en los mayores se utiliza para prevenir el deterioro cognitivo o para abordar enfermedades como el Alzheimer o el Parkinson.
Los efectos de la música terapéutica aumentan cuando se toca en vivo. Inma de la Rosa, terapeuta musical y profesora de música, lo tiene claro: «Alguna vez uso música editada, pero todo lo que yo pueda hacer con música en directo, ya sea con voz cantada, con el piano, con la guitarra o con el fagot, que es mi instrumento principal… no hay color». Durante las sesiones, los terapeutas van modificando el ejercicio musical de acuerdo con el feedback y la comunicación no verbal de los pacientes. Muy útil por ejemplo «si estás buscando que se desbloqueen emocionalmente». En este caso, la melodía cobra mucha más fuerza que la letra. «A nivel emocional influye más la melodía; la letra influye a nivel cognitivo».
Caso Taylor Swift. «No me acuerdo de nada»
La catarsis del directo puede llegar a limites inimaginables a efectos neurológicos hasta tal punto de perder la memoria parcialmente. Que se lo cuenten a las swifties que han asistido a alguno de los shows de “The Eras Tour”. Este estado de amnesia postconcierto tiene una explicación científica: cuando los niveles de emoción se elevan, el cuerpo humano los procesa como estrés. La amígdala libera un neurotransmisor llamado norepinefrina que ayuda a fijar en la memoria contenido emocionalmente intenso. Un exceso de esta sustancia puede tener el efecto contrario e inhabilitar temporalmente la función de crear nuevos recuerdos. Así lo explicaba el profesor Ewan McNay para la revista Time en 2023.