Foto de cabecera © Juan Carlos Ballesta
Es uno de esos rara avis que conquista a base de un poderío vocal y compositivo excelso. Y una singularidad propia que aúna el pop de cámara, con la poesía con un punto crooner y cabaretero. Es cierto que su concepto es más apropiado para un teatro por ser música más de cámara, que busca la intimidad, cercanía y comodidad del público. Pese a no ser el espacio ideal, el concierto de Benjamin Clementine en la Sala La Riviera fue una maravilla, una de esas experiencias únicas.
Clementine lleva publicados tres discos: ‘At Least for Now’ (2014), ‘I Tell a Fly’ (2017) y ‘And I Have Been’ (2022) y ha logrado atrapar a través de la poesía de sus letras y de una música elaborada con pop de cámara y un aroma hechizante. Empezó su concierto madrileño a capella, explotando su voz de tenor con ‘Atonement’ y enseguida se incorporó un cuarteto de cuerdas que mece esa gravedad, ese viaje al que nos dirige Benjamin Clementine, tanto en ‘Residue’ como en ‘Gypsy DC’ o en ‘Delighted’, resaltando la voz y completando esas historias vitales donde hay experiencias personales, confesiones, religión o mitologías. Un artista hecho a sí mismo.
Su presencia escénica es impresionante. Impacta por su estatura, por su peinado pero sobre todo por su capacidad performativa, su naturalidad y la verdad que emana en sus letras. El repertorio se centró en su último disco que interpretó casi al completo con maravillas como ‘Cornerstone’, con esa esperanza (recita Hope en repetidas ocasiones), o la ‘London’, ‘Winston Churchill Boy’, el pulso de ‘Adios’, con ese final coral magnifico. Practicó su español de una forma fluida, elogiando ciertas cosas del carácter español, lanzando dudas, oscuridades y hablando del peso de la familia, y ya con eso se ganó al público. Este directo cautiva porque posee ingredientes naturales y puros, sorprendentes, la voz es el conductor principal, el motor, pero los arreglos están ahí para sumar. Mención especial para su bajista / guitarra que captaba las esencias sin adornos no florituras, y para un batería que acompañaba lo justo, meciendo las canciones con sus escobillas, en un aire jazzy. Música para explorar en el interior, en la trascendencia de las cosas.