También es cierto que existen una serie de “fuerzas mayores” que no podemos controlar y que hacen que muchas canciones entren en nuestro día de manera inevitable. Aunque el listado es enorme, en este grupo incluiría, ese tema que, a todo volumen, va oyendo el viajero maleducado que tienes a tu vera en el metro o en el bus; la recurrente canción de moda promocionada en la radio y que, en contra de tu voluntad, acabas aprendiendo de pe a pa; o esa que el todopoderoso algoritmo de tu plataforma de streaming favorita te impone una y otra vez disfrazada de “sugerencia”. Y, como tú te fías de él como si te lo recomendase un amigo con quien habitualmente intercambias música -“este tema fijo que es de los que te gustan, es muy de tu rollo”-, picas como pez en el anzuelo, la escuchas, y se convierte en omnipresente de las playlists por alguna matemática extraña razón… Algo de culpa es nuestra, tenemos que aceptarlo. La misma asunción debemos aplicarnos cuando elegimos las series que vemos: Allá tú con la música que te vas a la cama y con lo que quieres soñar, si como en mi caso, lo ves y escuchas por la noche. Están las maravillosas sondas musicales espaciales que te envían al tímpano las bandas sonoras de Ben Frost para Raised by Wolves o Dark; las imponentes y retumbantes de Ramin Djawadi para Game of Thrones o House of the Dragon; o recuerdo cuando me iba a dormir llena de tensión y misterio con la de Michael Giacchino para Lost, y recientemente más en mi salsa con la música de sintetizadores de Kyle Dixon y Michael Stein, (Survive) para Stranger Things, por citar algunos ejemplos, ya que cada uno, en este caso sí, elige lo suyo. Aclaración: esto trata de la música, no de las series en sí mismas.
A la mañana siguiente, abro el ojo después de que la canción que tengo de alarma me haya abierto el oído. Es curiosa la caducidad y el proceso de amor-odio que sufren estas canciones. Un día las seleccionamos para comenzarlo bien porque nos encantan, y pasado un tiempo, las terminamos aborreciendo porque, obviamente, nos sitúan mentalmente en el momento más terrible del día. Pero para alarmante, el reguero de canciones que escuchamos durante el día componiendo nuestra banda sonora personal. También es verdad que hay cosas peores, pues al final, siempre hay canciones o álbumes completos en los que me siento en casa, esas y esos que, aunque pasen más o menos años, no me cansan y vuelvo a ellas y a ellos una y otra vez. Algo tendrán Forever Changes de Love; Ain´t No Sunshine de Bill Withers, Here Comes the Sun, Strawberry Fields Forever, Eleanor Rigby o cualquier otra de The Beatles; o las obras de Bowie de todas sus épocas; o cualquiera de Patrick Watson, Nick Cave, Nina Simone, Björk, Oasis, Radiohead,…, y si quiero entrar en otro mood, vuelvo a los sonidos de Roman Flügel, Moderat, Mulero, Kraftwerk, Laurent Garnier, Röyksopp…, y me desgañito sin fin cantando temas de Elyella, Najwa, Florence and The Machine, Javiera Mena, Robyn, Arcade Fire,…, Es cuestión de temporadas, pero todas y todos son habituales. Todos esos, y muchos más que no menciono, sí que son una fuerza mayor para mí.
Constante también es que no ha habido día sin escuchar música, afortunadamente. No sé cómo sería, no alcanzo a imaginarlo y dudo completamente que sea posible. Si alguien lo ha experimentado y el resultado ha sido satisfactorio, que me llame e intente sacarme de este bucle sónico.