En abril de 2018, tres entidades, el Ayuntamiento de Madrid, la Universidad Politécnica de Madrid y Matadero Madrid, acordaron fundar el Instituto Mutante de Narrativas Ambientales para “plantear un nuevo modelo de colaboración pública con el objetivo de innovar en las formas de abordar la crisis climática. El objetivo era contribuir a la transformación de la ciudad de Madrid hacia modelos más sostenibles” y hacerlo “implicando a la ciudadanía en la detección y solución de los problemas medioambientales asociados a la calidad del aire y el cambio climático”.
Para ello siguen varias líneas de trabajo, que se concretan, entre otras cosas, en exposiciones, residencias artísticas “que conectan el arte con los medios de comunicación”, talleres e, incluso, una serie de televisión, “para visualizar a través de la ficción cómo será el Madrid descarbonizado del 2030”. Uno de sus proyectos, el Jardín Cyborg para Matadero lo veremos en su primera fase este otoño.
En la Agenda 2030 no aparece un Objetivo de Desarrollo Sostenible para la cultura. ¿Cuándo crees que se empezará a tener en cuenta? La cultura es una palanca de cambio que actúa de forma transversal y que, por lo tanto, es un eje fundamental para la consecución de los ODS. No obstante, es verdad que la falta de representación y reconocimiento la relega a un plano accesorio que no se corresponde con su necesidad. Hace tiempo que muchos profesionales y organizaciones se están movilizando para que se incluya a la cultura y creo que está dando sus frutos a pesar de que no se haya concretado en los propios ODS. Por ejemplo, la New European Bauhaus, la nueva iniciativa de la Comisión Europea, pone a la cultura en el centro para poder llevar a cabo los objetivos del Green Deal.
¿Qué papel tiene aquí la cultura? Las transformaciones solo serán posibles si, junto a la investigación científica y la innovación tecnológica imprescindibles, se gesta un cambio cultural: un cambio en las mentalidades. Es imprescindible hablar de crisis ambiental, dar la voz de alarma y enunciar la cuenta atrás, pero no es suficiente, también son necesarias propuestas para movilizar a la sociedad ante la crisis medioambiental a través de narrativas posibilistas, dibujando el perfil de ciudades vibrantes, deseables y sanas. A través de una imaginación emancipatoria, buscando un nuevo vocabulario para incubar ideas. Formulando preguntas de otra manera. En este sentido el arte y la cultura son fundamentales.
¿El propio sector cultural sigue planes sostenibles? La cultura puede tener un papel principal y ejemplar y es cierto que la capacidad narrativa y de movilización de la cultura debe conectarse con planes de sostenibilidad concretos. En este sentido creo que, aunque todavía hay mucho trabajo por hacer, poco a poco se están asumiendo compromisos importantes. Destacaría por ejemplo el trabajo del Foro Cultura y Empresas para la Sostenibilidad o, en el mismo marco, la Jornada “Unidos por una Cultura sostenible” impulsada por el Teatro Real. Espacios para el diálogo en los que ya se empiezan a promover medidas muy concretas para los centros como promover una certificación ambiental o reducir las emisiones de CO2 en nuestros procesos.
¿Crees que se puede llegar a ser 100 % sostenibles? Creo que la centralidad de las ideas de “sostenibilidad” y “desarrollo” han de cuestionarse. Nos ayudan a caminar hacia escenarios más razonables que el actual, pero a la vez se basan en la premisa de entender la naturaleza como un “recurso” externo al ser humano y nuestra evolución humana en términos de “desarrollo”. Pero ¿qué es el desarrollo sostenible? Muchos movimientos sociales hablan ya de “retirada sostenible”, por ejemplo, o dejar que la naturaleza se recupere sin nuestra intervención. O algunos pueblos indígenas de la Amazonía, por poner otro ejemplo, guardan una relación de equilibrio con su entorno mucho mayor que en Occidente sin tratarse de una cuestión de sostenibilidad sino de respeto. Por eso creo que estaremos más cerca si nos planteamos nuestra relación con la naturaleza y con otras especies, y de solidaridad con las generaciones futuras y no tanto de sostenibilidad en el tiempo en función de unos recursos naturales.