Foto de cabecera © nabscab
Del cuarteto inicial de Dusseldorf ya sólo queda Ralf Hütter. Que sigue expandiendo por todo el mundo ese manifiesto rompedor de modernidad, tecnología, robótica y futurismo, que en la actualidad destila más clasicismo que modernidad. En directo preside una gran pantalla, un escenario elevado, cuatro plataformas de sintetizadores, y aparecen cuatro hombres ataviados con unos monos futuristas con luces muy robóticas, como orquestados por lo que en su día fue vanguardia y modernidad. Esos seres venidos de un universo musical único, de otra época revolucionaria, salían a interpretar los clásicos de su discografía con una actitud hierática pero una acometida impecable. Entre robots, visuales, cero y unos, entre lenguajes de lo que en los 70 y los 80 intuíamos como símbolos, insignias, valores del futuro. Pura historia de la música. Lo que en su día fue rompedor, hoy ya es clásico.
En esta gira Kraftwerk han tocado por España en lugares tan diversos como el Pirineos Sur, en plena naturaleza en el escenario natural de Lanuza; en la Plaza de España de Sevilla; en la Plaza de Toros de Alicante; en el Teatro Real, dentro de la programación del Universal Music Fest, o en los Jardines de Terramar de Sitges. Lo suyo son los contrastes. Y siguen con su cruzada demostrando que esa electrónica que sembró los cimientos de una nueva cultura musical ha sido asimilada y absorbida por todos los escenarios y lugares.
Su espectáculo rememora otra época, esa primera electrónica, esos grandes temas (la Radioactividad y las centrales nucleares, la Robótica, las Luces de Neón, la Autopista, el mundo de la moda con La Modelo, los medios de transporte con ese Trans Europe Express, o los deportes con Tour de France). Las visuales que les acompañan recuerdan de manera eficaz esos primeros ordenadores personales, gráficos de los primeros sistemas operativos universales (Macintosh, Amstrad, etcétera), y nos introducen en un viaje en el tiempo a aquel lenguaje musical y gráfico que por entonces resultaba visionario.
Era la primera vez que les veía en directo y fue una experiencia total. Me sobrecogió un repertorio redondo, con una sucesión infalible de himnos: desde The Man Machine, Computer World, Computer Love, The Robots, The Model, Tour de France, Neon Lights, Trans Europe Express, Radioactivity, Autobahn o Music Non Stop. Era emocionante ver palpitar el Teatro Real con esas bases electrónicas apuntalando tempos, marcando melodías. La frialdad de la electrónica adueñándose de un templo de la cultura clásica con unas melodías adictivas, repetitivas, y unas armonías notables. Con la solemnidad de esas canciones clásicas, que son desde hace tiempo himnos, con el análisis de otra época, erigiéndose en el templo sagrado de la ópera.
Kraftwerk ofrecieron un concierto que fue cosa fina en el Teatro Real. Puede que la fórmula siempre sea la misma, y una vez vistos, no sea necesario repetir. Pero fue como consagrarse en un templo clásico, con aquella música que nos cambió la vida, que nos proyectó al futuro y nos abrió los sentidos a los sintetizadores, a las bases programadas, a los largos desarrollos melódicos. Ahora el futuro ya llegó, y ellos ya no son vanguardia, son realidad, son historia. Kraftwerk son desde hace tiempo, unos clásicos.