En España, es imposible pensar en la llegada de la democracia sin recordar series del periodo como Verano azul y Anillos de Oro. Con el país ya instalado en la modernidad europea, y gracias al éxito de Farmacia de guardia, Médico de familia y Periodistas, la industria local de la ficción se convirtió en floreciente. Pero, es indudable, que en los últimos veinte años las series han alcanzado una resonancia inédita en el contexto de la cultura contemporánea, arrebatando al cine su lugar preeminente como gran generador de imaginarios audiovisuales.
Este proceso se pone de manifiesto de muchas formas. Así, miles de fans pasan noches de vigilia para disfrutar casi a la vez que en Estados Unidos del nuevo capítulo de su serie favorita. Los líderes de los partidos utilizan las series para lanzar mensajes a sus posibles votantes, mientras que la prensa no pierde ocasión en interpretar los procesos políticos en clave de Juego de tronos (con sus inesperadas decapitaciones) o de la ficción danesa Borgen (idealización del modelo democrático escandinavo). Las series anticipan cambios, y también palpan la realidad con una celeridad insólita. The Handmaid’s Tale, adaptación de la novela de Margaret Atwood, llegó justo tras las históricas manifestaciones del Día de la Mujer en 2017, apenas unos meses antes del nacimiento del movimiento “Me Too”, que abrió el camino a un cambio cultural ya asociado para siempre a ese infierno para las mujeres que es la República de Gilead. La serie de abogados The Good Fight comenzaba con su protagonista estupefacta viendo por televisión la victoria electoral de Trump, y hasta el momento es la mejor representación posible, gracias a su gusto por la sátira descarnada, de cómo Estados Unidos ha entrado en una espiral donde lo impensable ya ha entrado dentro de la esfera de lo posible. La constatación de que las series sirven para explicar el mundo ha permitido al sociólogo francés Dominique Moïsi dedicar un libro completo a analizar el miedo como factor esencial del mundo contemporáneo a través de series como Juego de tronos o House of Cards.
Es tarea casi imposible intentar hacer una cronología de esta emergencia serial, pero al menos sí se pueden mencionar algunos hitos que ayuden a explicarla. Todo empezó a finales de la década de los noventa en los canales de pago de Estados Unidos, y poco a poco fue pasando al modelo de televisión generalista y a inspirar a creadores de televisión de todo el mundo. Con el estreno de Los Soprano y A dos metros bajo tierra, dos agudas reflexiones sobre la familia norteamericana, la cinefilia empezó a prestar atención a lo que pasaba en las pantallas de televisión. Perdidos capturó la imaginación de una generación con un misterio tan insondable que su resolución estaba destinada a generar tanta polémica como decepción. Y aunque pasó casi desapercibida mientras estaba en producción, The Wire se convirtió en un referente de una ficción tan socialmente comprometida como exigente con el espectador. Durante un buen puñado de años, los anti-héroes masculinos poblaron las pantallas, de la manera del irascible médico protagonista de House, el enfermo terminal convertido en narcotraficante de Breaking Bad o el publicista infiel de Mad Men. Pero las mujeres han ido encontrado su espacio, de la mano de las abogadas de The Good Wife, la dedicada operadora política de Scandal o la irredenta espía de Homeland.
Mientras se adueñaban de la imaginación del mundo, las series han ido ganando enteros de prestigio en la “bolsa de valores” de los bienes culturales. Los libros se venden ahora con fajas que anuncian la adaptación por operadores que hace unos años eran desconocidos, como HBO y Netflix. Lo que antes era visto como una maniobra comercial, ahora es un indicador de distinción, también por los propios profesionales. Martin Scorsese dirige capítulos de series en los cada vez más largos periodos de gestación de sus películas, y a nadie extraña ver a novelistas como George Pelecanos hablar de su trabajo para televisión. Las series han prosperado desde la producción, pero también gracias a los cambios en el consumo. Una cada vez más importante parte del tiempo de ocio está dedicada al binge-watching, o visionado en atracón, en donde los capítulos se suceden, durante el día o a lo largo de la noche sin poder parar. La frase “Cariño, ¿nos vemos otro capítulo antes de dormir?” materializa una competición cada vez más enconada entre series y horas de descanso. Con los servicios de video bajo demanda, las series se han liberado de las estructuras fijas de la programación televisiva. Se habla de que las series están en una edad dorada, o de que quizás protagonizan una burbuja, pero lo que parece evidente es que, de momento, ya no sabemos cómo vivir sin ellas.
Docente en la Universidad Carlos III y autora de numerosos libros y artículos, Concepción Cascajosa es una de las mayores expertas en este fenómeno que ha superado al cine como referente audiovisual.