Rodrigo Cortés es un explorador de géneros que crea de nuevo, en Blackwood, una película atmosférica y asfixiante. Sugestión y una gran descarga de efectos visuales en esta mezcla de inocencia adolescente e historia de fantasmas.
Blackwood habla de la creación artística, de su poder a menudo destructivo, del trance durante el proceso y de la responsabilidad de dejar un legado. Reconozco que cuando me hablaron de las líneas maestras de la novela no me mostré interesado, pero cuando empecé a indagar en su crudelísima premisa, empecé a cambiar de opinión. Porque descubrí un subtexto, del que el libro no hablaba de forma directa, en el que resonaban mis afinidades y obsesiones, como son el arte visto como una laguna muy negra y profunda con un gran poder creador y también destructor, y el talento como elemento desgastador y erosionador, sobre todo cuando se obtiene un logro que no está sostenido en el esfuerzo, pero que exige igualmente un precio que acaba por ser uno mismo. Hay en la película, además, una exacerbación de un elemento que funciona con todo creador, que a menudo duda de si sus creaciones le pertenecen por completo o simplemente tiene el brazo más largo que otro y es capaz de capturar cosas que no nacen de sí. De esos momentos por los que pasa, similares al trance, en los que sólo al abrir los ojos es consciente de lo que ha construido.
Es, también, la historia del paso a la madurez de un grupo de adolescentes. Una de las películas españolas más taquilleras de 2017 fue Verónica, también con fantasmas y adolescencia. ¿Funcionará también la tuya? No tengo ni la más remota idea. Creo que, de alguna manera, el pasillo oscuro del que habla el título original de la novela puede ser la adolescencia, que a fin de cuentas es un tránsito por un corredor lleno de sombras en el que la relación con el entorno es agresiva, incluso violenta, y en el que hay muchas preguntas y pocas respuestas, más miedo del que uno quiere admitir, añoranza de la infancia y un ansia por ser adulto siendo esto, a la vez, algo que aterra. Las niñas de Blackwood sobran en muy diferentes sitios, son conflictivas. Su llegada a la academia, contra todo pronóstico, no es la llegada a un caserón gótico ni a la mansión de Drácula, sino a un lugar con una directora, Madame Duret (Uma Thurman), que parece entenderlas mejor que sus padres. Incluso cuando empiezan a emerger zonas más sombrías de ella, vemos que no se sostienen en ninguna forma de maldad pura, sino en un amor profundo por el Arte. La película, como la novela, trata el mundo adolescente en igualdad de condiciones, cosa que también hace la de Paco Plaza. Respeta al potencial espectador adolescente hasta el punto de mostrarse implacable con él, lo que también es una forma de respeto.
Como hacía It follows, tu película recupera tropos del cine de terror de los ochenta, pero trabajando la tensión y la atmósfera sin buscar el susto.Trabaja la anticipación, de manera que una secuencia se puede sustentar en un plano sin cortes de cinco minutos en el que se va generando una atmósfera progresivamente más tensa, que busca la liberación a través de un susto final. Aunque si tal susto no llega, da igual, nadie te libra de la angustia previa.
¿Vivimos un buen momento para el cine de terror, con películas como Déjame salir, It, Un lugar tranquilo…? Creo que, en películas como It follows o The Witch, existe un retorno a la raíz de las producciones independientes de los años 70, una época en la que las tramas terroríficas o fantásticas no eran sino la representación externa de un conflicto dramático interno, cuando los grandes intérpretes protagonizaban estas producciones, de forma comprometida y profunda. Después ha habido un largo espacio de películas de terror lúdicas autorreferenciales, que buscaban en la superficialidad sus valores.