A veces, quienes leen poesía consideran a Los Peligro como un par de payasos. Y otras veces, para los adictos a la comedia, son solo dos escritores perdidos entre bambalinas. Sin embargo, no hay un piropo que les guste más que el de ser clowns advenedizos y pulpos en un garaje; poetas de los que hacen reír y humoristas de los que hacen pensar.
Foto © David Echeverría
¿Quiénes sois?
Liliana [L]: ¡Hostia con la pregunta! Él es Sergio C. Fanjul, poeta y escritor. Lo que leemos viene en sus libros. Y yo Liliana López, vedete de la palabra. Juego con el texto, lo hago con plumas arrancadas de la imaginación. Sergio [S]: No somos dos personajes, sino dos personas que siguen la tradición de la poesía escénica, que en la década de 2.010 tuvo mucho predicamento. Nos ha inspirado gente como Accidents Polipoètics, Ajo, Peru Saiz Prez, Eduard Escoffet y otros que hemos visto pasar por el festival Poetas, en Yuxtaposiciones y en todo lo que ha movido la editorial Arrebato. Consiste en sacar el texto del libro impreso y hacer un poquito de performance para evitar el recital tostón, pero sin quitar peso a la palabra. De esta forma se accede a otros públicos porque, seamos realistas, la poesía no la lee nadie.
Tal vez alguien haya comenzado a leer poesía después de veros.
L: No, no creo. Como mucho hemos derribado algún prejuicio. Por ejemplo, el de que la poesía sólo habla de emociones o de cosas un poco trasnochadas. S: La poesía puede hablar de todo. La mía habla de los problemas contemporáneos, de la crisis social y económica o de la crisis de los cuarenta. En general habla de la crisis.
Y la gente se ríe, ¿no?
L: Cuando no se ríe es un poco tenso. Nos pasó una vez en Zaragoza. S: Tenemos la actitud del cómico en el escenario, como si fuéramos de “Stand up Comedy”. De hecho, hubo una época en la que llamábamos “Stand up Poetry” a lo nuestro.
¿Pero el público sabe que está escuchando un poema?
L: A veces la gente no sabe lo que tiene que hacer y nosotros les ayudamos. En la ópera nadie aplaude hasta el final, pero con Los Peligro no lo tienen tan claro. El público que menos te lo esperas puede ser el que más disfrute. S: El humor siempre ha estado muy desprestigiado en la literatura. A nosotros nos gusta mucho esa genealogía que parte de Quevedo, o incluso antes, y pasa por Oliverio Girondo, Ángel González o Carlos Pardo, que es un poeta rarísimo. El humor sirve para transmitir ideas, de hecho, cuando no lo hace, cuando es humor por humor -por ejemplo, un cómico que sale a contar chistes-, me parece pornografía.
Es como si dijerais que no os vale el sexo sin amor.
L: A veces estallan las carcajadas y luego el público se queda pensando. Jugamos mucho con la ironía y estamos atentos a las reacciones. El humor a veces surge de la acumulación o del silencio, puede ser algo hiperbólico.
¿Siempre lleváis pasamontañas?
S: No, sólo cuando leemos el primer poema, que es un manifiesto del freelance. De esta forma ejemplificamos el rollo guerrillero del autónomo. L: Aunque la última vez que actuamos en Conde Duque nos dirigieron dos dramaturgos, Óscar Bueno Rodríguez y Anto Rodríguez, y estuvimos 20 minutos con pasamontañas, jugando al tenis y al bádminton mientras entraba el público.
Menudo cabaret…
L: ¡Pero no te imagines a Sergio vestido de Norma Duval bajando una escalera!
Lástima, eso sería muy queer. ¿Tenéis miedo a pasar de moda?
S: La verdad es que ya ha llegado la nueva ola, que es la poesía juvenil de Instagram, y lo nuestro ha quedado para gente talludita. Yo pensaba que los jóvenes iban a ser más espectaculares, pero les encanta salir a leer con el móvil y con el soniquete típico. En esto las nuevas generaciones me han decepcionado un poco. L: ¡Cuidado! ¡Terreno pantanoso!
¿Os imagináis haciendo esto dentro de 20 años?
L: Yo creo que sí. Y además con nuestra hija Candela, que acaba de nacer. Los espectáculos para niños gustan mucho.
Entonces como la familia Trapp de Sonrisas y lágrimas.
S: Exacto.
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