Su casa ideal debe ser “silenciosa y luminosa” y, mejor si puede tener “vistas del horizonte, preferentemente urbano, excepcionales”, nos cuenta Javier, que ejerce de portavoz.
¿Quién manda más en vuestro equipo, el interiorista o el diseñador industrial? Digamos que cada uno aporta ideas y soluciones desde puntos de vista distintos, fundamentalmente en el tema de las escalas.
José Luis es interiorista y trabaja a su vez en un estudio de arquitectura, aunque nunca hemos abordado un proyecto en este ámbito; él aporta el enfoque de la escala media y grande, por ejemplo en el diseño de mobiliario urbano, mientras que yo aporto soluciones a pequeña escala.
¿Qué importancia dais al sentido del humor a la hora de diseñar? Aunque es cierto que en los comienzos de nuestra trayectoria (nosotros nunca hablamos de carrera, nos parece muy cansado) el humor, o siendo más precisos, la ironía, fue un ingrediente fundamental de nuestro trabajo, a día de hoy dicho componente ha desaparecido, al menos en lo que se refiere al diseño de producto; otra cosa es lo que sucede en nuestra faceta como creadores de poesía visual y poemas objeto, donde nos permitimos jugar con el espectador.
Precisamente, su diseño más reciente, el jarrón Laberinto de pasión, está a medio camino entre el diseño de producto y una de sus poesías visuales. Lo próximo será “un programa de mesas dirigido especialmente a espacios de trabajo dinámicos y fluidos, del estilo del coworking, con un planteamiento creemos que rompedor, en el que la proxémica, la relación espacial entre la gente que trabaja en ellos, es el eje vertebrador del proyecto”.
¿Cuál es vuestra habitación favorita? En ambos casos está ligada a la lectura, escritura y música. En mi caso (Javier) tengo mi rincón favorito, compuesto por la Lounge Chair de los Eames y la lámpara TMM de Milá, donde leo, escribo y escucho música, especialmente jazz. El espacio preferido de mi hermano José Luis también está ligado a la lectura, pero en su caso es el dormitorio ya que le encanta leer y escuchar música en la cama. En él ha llegado a instalar una hamaca en los meses de verano.
De hecho, los díez (escrito siempre en minúsculas) han diseñado sillones pensados solo para leer, como el Biblófilo y el Innisfre o librerías como la columna Durruti y la Virtual. Esta última, además, es la que ponen de ejemplo cuando les preguntamos por su mejor trabajo: “por su diseño esencial, que utiliza el mínimo material y los procesos industriales indispensables, y que, sin estridencias ni fuegos artificiales, una vez que cumple su función, contener libros, desaparece”. Su pieza de mayor éxito comercial, sin embargo, es el banco de hormigón Godot, producido por Escofet.
Ahora cerrado temporalmente, exponéis “los díez también fueron posmodernos” en el Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid. En el catálogo se dice que en los 90 diseñabais haciendo énfasis en lo estético y lo formal. Y que ahora primáis lo funcional. ¿Cuándo y por qué se produjo el cambio? No se trató de un cambio marcado por una época o por un fin de ciclo, sino de una evolución en la que, como diseñadores, fuimos identificando al usuario como la figura fundamental, que junto al diseñador y el cliente, conforman la tríada sobre la que se construye la cultura del diseño; considerando que todos, incluso los diseñadores y los clientes, somos usuarios, comenzamos a centrarnos en satisfacer las necesidades del mismo, más allá de utilizar el objeto diseñado como soporte y transmisor de valores formalistas y estéticos, más cercanos al campo del arte.
Desde 2010 hacéis poesía visual. ¿Cómo se fraguó la idea? Siempre nos han interesado especialmente las corrientes artísticas y los creadores que han trabajado con objetos cotidianos (surrealistas, dadistas, Oldenburg, Brossa, Madoz, Parra…) y a nivel particular hacíamos nuestros pequeños ensayos con los objetos que encontrábamos en el estudio y con los que cohabitábamos en el día a día, pero nunca con una pretensión, digamos, profesional; era más un entretenimiento, un divertimento privado.
Hasta que en 2010 percibimos cómo la crisis llegaba al ámbito del diseño industrial y decidimos intentar sacarle un partido económico y de proyección mediática a esa faceta creativa hasta entonces oculta. Fue así como en la madrileña galería Mad is Mad presentamos nuestra primera exposición de poesía visual y poemas objeto que titulamos simplemente “Cosas”, y donde, para conmemorar nuestro décimo aniversario, inauguraremos a finales de octubre d e 2020 la exposición “10 de los díez”.
A día de hoy nuestras inquietudes creativas se han duplicado con respecto a nuestros intereses originales, pero incluso vamos más allá, en PhotoEspaña19 presentamos “Photo Trouvée”, nuestra primera exposición de fotografía, y en estos momentos trabajamos en un par de instalaciones (para las que por cierto, buscamos patrocinadores): una que homenajea a la lectura y, otra, una visión bastante crítica e inquietante sobre Europa. En resumen, abandonar tu zona de confort, aunque sea a la fuerza, puede ser algo realmente positivo y enriquecedor.
Hace años me regalaron el célebre exprimidor de Philippe Stark. Lo tuve un tiempo en una estantería. Una novia lo usó para poner pulseras, pero un día descubrí que sirve para exprimir, además de como maqueta para que Tim Burton ruede una de marcianos. ¿Quizá lo veía como “poema objeto”? Sin intención de polemizar con el simpático y magnífico periodista que nos está haciendo esta entrevista, ¿qué haces con las pepitas?, ¿las sacas del zumo con una cucharilla?, ¿te las tragas con la excusa de que tienen muchas vitaminas?, ¿o las atrapas con un colador colocado en inestable equilibrio antes de que caigan al vaso? ¿Y nos estás diciendo que realmente unas patas tan estilizadas son la mejor solución ergonómica para la mano que intente cogerlas? Es lo que sucede cuando diseñas iconos e intentas pasarlos por objetos funcionales y prácticos. Tal vez esa novia de la que hablabas descubrió el verdadero uso de esta pieza.
Era una excusa para preguntaros si alguno de vuestros poemas objetos es funcional… En este caso nos gusta hablar de utilidad afuncional. Con esto queremos hacer ver que estas obras pueden ofrecer ciertas “prestaciones” que no entran en la categoría funcional al uso. Porque, ¿no es útil algo que nos hace soñar, pensar o sonreír?