Quizá no estuviera tan loco Chuck McGill, el inverosímil secundario de Better Call Saul que, aquejado de una rara hipersensibilidad electromagnética, terminaba convirtiendo su casa en una jaula de Faraday. Un equipo de científicos del Instituto Caltech de California y la Universidad de Tokio liderado por el geofísico estadounidense Joseph Kirschvink asegura haber encontrado evidencias de un “sexto sentido magnético” en los seres humanos. Ilustración por Nuria Cuesta.
“Aún es pronto para asimilar los resultados de este hallazgo”, cuenta a EL DUENDE Kirschvink, coautor de un revelador estudio que publicó el año pasado la revista eNeuro. “Habrá que esperar a que pase la pandemia para volver a los ensayos”. Se refiere a las modernas técnicas de encefalografía con las que ya han conseguido registrar una clara disminución de la actividad cerebral en la banda alfa como respuesta al campo magnético terrestre.
Explíquenos que eso del “sexto sentido” y por qué hemos tardado tanto en detectarlo.
No estoy seguro de que el término “sexto sentido” sea el más adecuado. Los seres humanos tenemos mucho más que simple vista, gusto, olfato, oído y tacto. También detectamos temperatura, gravedad, presión atmosférica… y, como muchos otros animales, disponemos de un sistema sensorial que detecta el geomagnetismo. En los humanos la respuesta parece operar de manera subconsciente, pero no así en otros animales. Sabemos, por ejemplo, que los perros pueden ser entrenados para localizar imanes enterrados.
¿Por qué la ciencia se ha mantenido tan prudentemente alejada de un terreno copado por la parapsicología y el esoterismo?
Digamos que hay demasiados charlatanes que aseguran que los imanes pueden curar enfermedades, lo que sin duda ha desanimado a muchos buenos científicos a llevar a cabo sus investigaciones en humanos. El sistema sensorial magnético de las aves, las abejas, los peces migratorios, las tortugas, las langostas y muchos otros organismos se ha estudiado extensamente durante las últimas seis décadas. Incluso se han detectado bacterias magnetotácticas que se orientan como las agujas de una brújula.
¿Puede esta “sensibilidad magnética” explicar reacciones, comportamientos o padecimientos de nuestra especie?
Todavía no lo sabemos, pero sí podemos extrapolar algunos datos de la extensa literatura sobre magnetorrecepción animal para hacer predicciones sobre las señales a las que se podría sintonizar la neurofisiología humana. Hay muchos seres humanos que afirman ser hipersensibles a los campos electromagnéticos, pero todos los estudios hasta la fecha sugieren la interferencia de otros factores. Personalmente, no estoy seguro de que dichos estudios se hayan realizado correctamente…
¿Cuál podrían ser la ventaja adaptativa de la magnetorrecepción?
Nuestros antepasados fueron cazadores-recolectores que demostraron una gran habilidad de navegación para regresar a casa después de largas expediciones en busca de recursos. El magnetismo podría formar parte de las muchas señales sensoriales que nos habrían ayudado a guiar nuestro camino a lo largo de la Historia.
¿Cómo interfieren las nuevas tecnologías en la percepción del campo magnético? ¿Podemos hablar de “contaminación magnética”?
No debemos subestimar el llamado “ruido antropogénico”. Si se demuestra que estamos sintonizados genéticamente para aprovechar el campo geomagnético y lo alteramos significativamente a través de medios artificiales, cabría esperar que el cerebro recibiera información incorrecta
Se ha especulado sobre la existencia de una “amígdala ciega” a modo de órgano receptor. ¿En qué área específica de nuestro cerebro se procesa toda esta información?
Sabemos que el sistema sensorial magnético humano no se basa en ninguna forma de inducción eléctrica. Tampoco podemos basarnos en la llamada “brújula cuántica” del ojo de las aves migratorias, tal como defienden algunos biólogos. Lo más probable es que nuestro sistema se base en células sensoriales especializadas que contienen magnetita biogénica, como ocurre en algunos peces y bacterias magnetotácticas.
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