Un correo electrónico de Katherine, la amabilísima agente de Jeff Koons (Pensilvania, 1955), me hizo fantasear con la posibilidad de un encuentro en Nueva York con el gran gurú del arte contemporáneo.
Mi cita con el artista más cotizado de este siglo, el que más récords acumula en las casas de subastas junto a Damien Hirst y Takashi Murakami, se desbarató por culpa de una mudanza, la de su antiguo taller de Chelsea al nuevo estudio de Hell’s Kitchen. Entonces ocurrió lo inesperado, un giro de guión el último día de mi estancia en Nueva York: otro mensaje de Katherine, que leí en un Starbucks, con un número de teléfono al que debía llamar cinco minutos después. La conversación se produjo bajo el ruido de los aviones de La Guardia y desde la que probablemente fuera la última cabina de teléfono en todo el barrio de Queens.
Mr. Koons, ¿quién es usted?
Una persona en constante crecimiento. El aquí y el ahora que me definen son el resultado de una búsqueda interior hacia mis propias certezas. Siempre he creído que la verdad y el sentido profundo de la existencia están dentro de nosotros mismos. Más allá de dónde exponga o cuánto cuesten mis obras, tengo la sensación de que he crecido como persona y de que he ensanchado mi horizonte de emociones.
¿Qué hace mejor ahora, a los 60, que antes a los 16?
Han pasado muchas cosas desde entonces, pero me reconforta pensar que en lo esencial sigo siendo el mismo. Siempre he creído en mí como creador y, aunque la vida te prepara para vivir toda clase de experiencias, no he perdido el vigor artístico de mi juventud. La experiencia intelectual y sensorial sigue siendo igual de intensa y vivificante que cuando tenía 16 años.
Por aquella época quedó con Dalí en Manhattan para que le diera una serie de consejos. ¿Qué le dijo el genio?
Dalí fue extremadamente generoso conmigo. Durante mi visita a la Knoedler Gallery, me enseñó que sus cuadros no eran sólo pintura sobre un lienzo, que el arte no es sólo una forma de entender el mundo, sino también una manera de vivirlo. Todas las formas de conocimiento están interconectadas, y el artista tiene la responsabilidad de encontrar esos puntos de contacto hacia una concepción humanística y globalizada del arte. Que es, en apariencia, superficial y, al mismo tiempo, absolutamente revelador.
¿Quiere decir que sus obras valen más de lo que cuestan?
Nunca he pensado en el dinero. Ni siquiera cuando trabajaba como bróker en Wall Street. En aquella época invertía todo lo que ganaba en producir mis primeros trabajos artísticos. En proyectos posteriores, como Luxury and Degradation, el dinero está presente como reflexión y metáfora de la exuberancia y el exceso de nuestra sociedad. O dicho de otra forma: el dinero nunca es sólo dinero.
¿Tampoco el sexo es “sólo sexo” en sus trabajos?
Incluso en mis proyectos más audaces y, digámoslo así, obscenos, el diálogo con el espectador trasciende la propia representación explícita para ofrecer una lectura más profunda. El sentido del eterno biológico ha llegado obsesionarme porque explica la forma que tenemos de relacionarnos. Algunas de estas ideas están contenidas en Puppy [el terrier floral que adorna la entrada del museo Guggenheim de Bilbao].
¿Cómo garantizar la “autenticidad” de sus obras cuando en su estudio trabajan cerca de 200 personas?
Parte de mi trabajo en los últimos años ha consistido precisamente en la sistematización del proceso creativo a través de la personalización de las métodos de fabricación de mis obras. La más avanzada tecnología para hacer análisis de color, tomografías, escáneres de luz estructurada o datos volumétricos me permite tener las manos puestas en absolutamente todas las etapas del proceso. No se trata de delegar sino de estar, literalmente, en todas partes al mismo tiempo.
¿Cree que esa ubicuidad ha hecho de Jeff Koons más una marca que un estilo?
Sería injusto considerar mi arte como una marca. A muchos les inquieta el valor que han adquirido algunas de mis obras en el mercado del arte. Pero pensémoslo a la inversa: puesto que no todo el mundo puedo permitirse una de mis obras, cabría pensar que la inmensa mayoría de la gente considera mis trabajos como algo más que un simple producto.
¿Qué tipo de reacción le gusta provocar en el espectador?
Sin duda mi respuesta favorita es el “wow”.
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