Isabel Coixet tiene claro que su animal «espiritual» es el mapache. No le hizo falta que se lo dijera un chamán en una ceremonia, la directora lo sabía de sobra. Al igual que este mamífero, ella ha sido capaz de adaptarse a ambientes diversos para aprovechar historias desprendidas en cada entorno. Por mucho que esta cineasta haya migrado por el mundo, mantiene una constante en sus tramas: casi siempre están protagonizadas por mujeres. «Las prefiero de manera instintiva, como les pasa a muchas otras cineastas», reconoce esta rara avis del cine español. «Desde mi primer guión (Demasiado viejo para morir joven) el protagonista era un hombre, pero la fuerte era una mujer«.
Su nuevo trabajo habla no de una, sino de dos mujeres fuertes, Elisa y Marcela. Ellas formaron el primer matrimonio homosexual de España. Corría el año 1901 cuando las jóvenes pasaron por el altar. «La historia es especial porque no hay tantas historias escritas sobre mujeres, sobre todo si nos vamos a tiempos atrás. Poquísimas por no decir ninguna», admite Coixet. Este romance le fascinó siempre. «En esa época desafiaron todo e hicieron algo que sólo se les ocurrió a ellas. A la hora de preparar la trama me centré en ellas como dos individuas enfrentadas a ese ambiente tan hostil». Sin embargo a día de hoy, desconocemos muchas cosas de Elisa y Marcela. «Desde el respeto y la fascinación que siento por la historia lo que he intentado es hacer una historia cinematográfica; he tenido que inventar cosas, inspirada siempre pero fabulando mucho». Al relato real todavía le quedan muchos fragmentos de información por descubrir, pero le costó más casi La librería. «Siempre te da más reparo partir de una novela que admiras mucho. Yo estoy acostumbrada a inspirarme en cosas reales y luego fabular».
Las protagonistas son Natalia de Molina y Greta Fernández. La química entre ellas era lo que más le inquietaba a Isabel. ¿El resultado? «fantástico», declara. «La generosidad que tuvo Natalia con Greta, y cómo ésta absorbió esa información devolviendo un montón de cariño fue precioso. Creo que tengo instinto para unir a gente buena que además es buena gente».
A la directora su última cinta le ha servido para darse cuenta de las cosas que tienen que cambiar todavía. «Tenemos que aprender a dejar que el prójimo viva su vida como quiera, a no meternos en historias que no nos conciernen, a respetar las decisiones de los demás. Todavía hay un trecho para la aceptación de que dos mujeres puedan amarse como quieran».
Detrás de la cámara la situación no ha cambiado: «Siempre cuesta más hacer algo que no es lo que se espera de nosotras. En todos los campos. Pero yo he tirado para adelante y defendido cada proyecto mucho. Sobre todo porque soy una persona de natural perezoso, y me esfuerzo excesivamente contra ello. La gente se engaña y dice que soy muy trabajadora cuando en realidad no lo soy. Me ha costado mucho superar la timidez, al igual que combatir los pensamientos que llevamos todas de serie, aunque he sabido combatirlos. Ese es mi único consejo a las futuras cineastas: que aprendan a jugar con sus debilidades, y primen sus valores».
Coixet busca la inspiración en lo cotidiano aunque tenga varios referentes en todas las artes: el escritor francés Patrick Modiano o escritoras americanas como Flannery O’ Connor o Carson McCullers. «De directoras me gusta mucho la obra de Naomi Kawase, el punto de vista de Jane Campion. Agnès Varda ha sido una influencia capital para mí. O artistas como Louise Bourgeois o Yayoi Kusama, que me parece un ser fascinante. Cuando conoces su vida te das cuenta del trecho que hemos recorrido y lo que hemos de recorrer todavía».
Todavía tiene muchos proyectos que contar: «No sé si dará tiempo a todos, pero me gustaría hacer documentales con sentido. Tengo la espina de que he hecho cosas marginales y demasiado correctas pero que no llegan a ser lo que a mí me gustaría. Quiero quitarme esa espina».