Sol, metáfora de vida que naces fresco al amanecer y desapareces en la tarde, dejando el crepúsculo como una huella indeleble de lo que fuiste y un recuerdo en la luna de tu luz.
Faro que renaces como la esperanza, batalla eterna con la oscuridad, anhelo y consuelo de navegantes.
Quimera en Cascorro, en Malasaña, en Vallecas o en Chamberí. En Arkham, Töckland, Vetusta o Amaurotam.
Juez que a unos alumbras, a algunos bronceas y a otros abrasas y vistes de cenizas.
Compañero eterno de nuestra sombra, aún en la más amarga de las soledades.
Estrella, que llegas distinta cada día para inspirar con tus rayos los sueños que te preceden.
Tal vez, tan solo, un astro que sigues tu camino, como el resto, ardiendo poco a poco en pasiones, dejando una estela de emociones en el paso del tiempo.
Tal vez un rey que nos esconde la respuesta en el oeste, ese horizonte hacia el que todos viajamos inexorablemente.
Sol, que nos diste refugio en aquel primer beso de nuestra alborada.
¿Qué pasó aquel día de verano para dejar sin tu calor y tu fuego el resto de las estaciones?