Es una de las propuestas estrella de BAC Madrid #0, la Bienal de las Artes del Cuerpo, Imagen y Movimiento. Jobin, conocido coreógrafo y bailarín suizo, creó VR_1 a partir de un encuentro fortuito con la Fundación Artanim de Ginebra. “Ellos son los responsables de la tecnología de la pieza; yo estaba bailando un dúo, hice una captura de movimiento con ellos y la integraron en un mundo virtual… cuando me dejaron ver mi propio baile, a tamaño, real, pudiendo pasear alrededor de mí mismo, me flipó y decidí que quería crear una pieza completa. No es un escape room, ni un juego, es más una experiencia sensorial”, confiesa Jobin.
VR_1 es la entrada a un mundo virtual, que existe solo porque la tecnología nos da acceso, a través de gafas VR y sensores de movimiento. Es una mezcla de realidad y ficción en la que los espectadores son los protagonistas.
En un espacio diáfano de cuarenta metros cuadrados con cámaras de infrarrojos un grupo de cinco espectadores durante quince minutos se sumergirán juntos en un mundo de fantasía. Lo que decidan hacer durante ese tiempo es una elección libre y personal.
“El espectador es como un visitante de otra dimensión, entra en este entorno y hay interacción entre ellos. Ven sus propios avatares, sentir cómo se mueven sus cuerpon en el espacio virtual y pueden hablar, comunicarse, comentar lo que ven, pueden hacer lo que quieran”, explica Jobin.
La aventura comienza bajo una piedra gigante que al levantarse descubre a los nuevos habitantes un desierto poblado por bailarines de 35 metros de alto. Moviéndose en el espacio, construirán una casa alrededor de los visitantes, que más tarde desharán hasta dejarlos en un gran jardín.
“Las reacciones dependen en gran parte del grupo, sin son amigos, si se conocen o no, si hay niños… esa relación marca la experiencia; además, los avatares puedes ser hombres, mujeres, blancos, negros, hay distintas etnias… es todo aleatorio, te toca lo que te toca, pero es curioso que hay una auténtica experiencia corporal dentro de un mundo virtual”.
La pieza llega a Madrid curtida en más de 30 ciudades, 20 países y festivales de cine del prestigio de Sundance, la Mostra de Venecia o Montreal.
“Lo interesante es que, de repente, nos invitaron a festivales de cine, pero también a museos de artes electrónicas, festivales de artes escénicas… se nos abrieron las puertas de la difusión en espacios ajenos a la danza”. Gilles considera esta invasión del espacio digital un hito similar al que lograron los que, en su día, comenzaron a bailar en la calle, en museos, en los tejados… consiguiendo sacar la danza de los teatros. “Descubrir nuevos espacios es algo muy positivo, ya que nos abre un mundo de posibilidades ilimitado. Ahora se ve como algo raro, pero en unos años será lo habitual, como pasó en su día con la videodanza”. “El mundo evoluciona y todos lo hacemos con él, aún recuerdo las primeras veces que me grabaron en vídeo bailando… era algo inimaginable y mira hoy, internet o Youtube, el poder de difusión que tienen”, afirma Gilles. “No vamos a dejar de bailar en la escena, pero hay nuevas posibilidades y con grandes ventajas, porque ¿de qué otra forma podría haber creado bailarines de 35 metros de alto si no fuera en una realidad virtual?”.
Apta para todos los públicos, asegura que tiene el poder de abrir la mente de los que incluso se muestran ajenos a la tecnología. “Se trata de aceptar que no solo hay una forma de ver danza, y que el mundo digital es algo en lo que estamos todos involucrados. Hasta mi madre, que tiene 93 años, maneja su iPad, ve Facebook o escribe correos electrónicos”. “Estoy seguro de que esta pieza hace de la danza algo más accesible para todo tipo de público, y no sé si es la tecnología, la novedad, la danza o la combinación de todos esos elementos, pero lo cierto es que resulta impactante”.
Conseguir que los espectadores, inmersos en un espacio que no existe, generen su propia narrativa y vivan una historia única, a base de sugestión es, cuanto menos, curioso y apetecible.