Desde que se consiguió fijar la imagen en un soporte físico la fotografía se ha encontrado con varios escollos. Antes se debatía si merecía estar al mismo nivel que el resto de artes tradicionales. Ahora nos preguntamos si es un medio sostenible. “El uso desmedido de los dispositivos electrónicos acarrea graves consecuencias. Los problemas en cuanto a la extracción del coltán [un mineral compuesto de columbita y tantalita, del que se extrae tántalo para la fabricación de condensadores y resistencias] son varios y muy graves: el primero de ellos es la sobreexplotación y las consecuencias que esta conlleva para la integridad del suelo y para las especies animales autóctonas”, reflexiona Deneb desde La Casa Encendida de Fundación Montemadrid, institución en la que fundó en 2003 Los Laboratorios, un lugar especializado en el trabajo de técnicas y procesos analógicos.
Todos hemos comprobado la obsolescencia de los dispositivos digitales. Sucede lo contrario con los procesos analógicos. “Con la fotografía analógica es más fácil, podemos seguir reutilizando las cámaras que eran de nuestros abuelos, y si se estropean… la mayoría tienen fácil arreglo. Yo sigo usando cámaras, ampliadoras y proyectores que tienen más de 40 años, cuidándolas y dándoles un buen mantenimiento son indestructibles”.
Con un uso coherente y consciente se puede reducir su huella ecológica. Tanto que podemos vaticinar que los procesos analógicos seguirán vigentes dentro de diez años o más, sobre todo en aplicaciones artísticas. “Por un lado, dependemos de que los fabricantes de material fungible sigan teniendo una buena oferta de películas o papel fotográfico, pero, por otro lado, se están recuperando muchos procesos alternativos, más artesanales, que nos permiten alejarnos y no depender de la industria”, añade.
Igual que en otros ámbitos, cada vez hay más iniciativas de personas y colectivos explorando alternativas más ecológicas para sus prácticas artísticas y fotográficas. “Por ejemplo, en el uso de compuestos químicos de origen vegetal y no extraídos de combustibles fósiles, o la aplicación de gelatinas y pegamentos vegetales en lugar de gelatinas de origen animal. Justo hemos empezado a investigar junto a Agar Babe el empleo de bioplásticos como soporte para emulsiones fotosensibles”.
Se podría pensar que la fotografía analógica y la digital mantienen un pulso. En la práctica ambas conviven bastante bien. Ahora bien, en lo que respecta a criterios sostenibles es difícil decantarse por una u otra. “Lo digital es más accesible, pero crea una gran cantidad de desperdicio tecnológico y de información almacenada en servidores en algún lugar que no es inmaterial y su mantenimiento gasta mucha energía. No debemos olvidarnos de la ecología digital. Los procesos digitales que siempre han dado mucha importancia a que “tirar” fotos no cuesta, y que han hecho de la sobreabundancia y del exceso parte importante de su poética, poco a poco nos han convertido en artistas derrochadores, que acumulan y acumulan gigas sin mucho sentido. Nos han mal enseñado a ser Diógenes del proceso artístico. Sin llevar esto a un aforismo categórico, y sabiendo que afortunadamente el mundo artístico es un espacio de disidencia en la que caben mil procesos artísticos, se podría afirmar que en lo digital primero se dispara y luego se piensa; mientras que en un proceso fotoquímico se piensa y luego se dispara. Diría que lo verdaderamente sostenible es el pensamiento”.
Como artista trabaja directamente el material fotosensible. Así, su obra no pasa por la “censura” de una lente y una cámara. También nos habla de sus talleres-deriva, un curso que se imparte en La Casa Encendida tras un paseo por la ciudad. “Estamos básicamente combinando dos fuerzas de resistencia. Una, el uso de materiales sostenibles en el revelado fotoquímico, básica y necesaria contra el cambio climático y una forma vital de entender la fotografía sostenible; y lo juntamos con otra resistencia, quizás con más historia, como es la de caminar, que es un acto de pensamiento y, como es el caso de este taller, un acto que crea comunidad en torno a la fotografía sostenible. Ante todo, es un taller donde aprender métodos alternativos de revelado, que además nos brinde otras formas de pensar; y gracias a caminar en busca de flores inevitablemente nos lleve a repensar los espacios que habitamos y a un debate crítico en torno a cómo queremos construir nuestros espacios de sociabilidad. Somos (o queremos ser…) flores en un mundo de asfalto”.
Se muestra poco optimista a corto plazo sobre alcanzar el 100 % de sostenibilidad dentro de su campo, pero nos ofrece varios Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 desde el ámbito de las prácticas audiovisuales. Para ella lo importante es la educación, la investigación y el pensamiento. “Estos tres puntos nos ayudan a reinventar alternativas; crear redes en torno a una comunidad sostenible que no solo sean espacios de compartir conocimiento, si no que se vean como ejemplos viables de prácticas sostenibles, y facilitar la gestión de residuos en las instituciones públicas tanto para empresas como para particulares. Todavía no hay una verdadera cultura de los residuos por parte de sectores públicos y privados”.