Decía Richard F. Burton que “el hogar es donde se guardan los libros”. Y ahí es donde escribe Marta Orriols, autora de Aprender a hablar con las plantas, en una galería que da a un pequeño patio. Le gustaría tener en su despacho una ventana para poder ver el mar. Y se imagina su biblioteca idílica en forma horizontal. Nos recomienda: Últimas tardes con Teresa de Juan Marsé, Los años, de Annie Ernaux y Primera persona, de Margarita García Robayo.
Juan Trejo, autor de La barrera del sonido, también escribe en casa, y desde su estudio ve “una franjita del mar”. Sin embargo, prefiere para leer el salón/comedor, donde tiene un sofá enorme. Destaca como libros para recomendarnos Desgracia, de Coetzee, Fabulosas narraciones por historias, de Antonio Orejudo y Falso espejo, de Jia Tolentino.
El escritor Luis Rodríguez, autor de 08:38, ve desde su escritorio tres palmeras y al fondo unos pinos. Opina que “si hay libros, todas las casas son ideales”. En su biblioteca ideal pondría No entres dócilmente en esa noche quieta, de Ricardo Menéndez Salmón, Una lección de abismo, de Ricardo Cano Gaviria y Maupassant y «el otro», de Alberto Savinio.
Ignacio Martínez de Pisón, autor de Filek, también escribe en casa, y su despacho es su biblioteca. Desde allí ve las casas y fachadas del Eixample. En su biblioteca ideal nunca faltaría Léxico familiar, de Natalia Ginzburg, La guerra carlista, de Valle-Inclán y el más reciente Libro de familia, de Galder Reguera.
La escritora vasca Lucía Baskaran, autora de Cuerpos malditos, lee y escribe en la cocina. Su biblioteca ideal, sin embargo, sería parecida a la Biblioteca Bodleiana de Oxford y ocuparía toda una habitación con grandes ventanales y butacas mullidas. En ella tendría El cielo según Google, de Marta Carnicero y Canto yo y la montaña baila, de Irene Solà. Está deseando hincarle el diente a Falso espejo, de Jia Tolentino.