Que envidia me dan los que se iluminan en la oscuridad, los que pasean con la mente descalza, los que sienten sin necesidad de complejas metáforas. Los que se abrigan con el calor de los abrazos, los que se adentran sin miedo en los senderos inciertos, los que se adaptan como el agua que fluye entre las rocas, los que no juzgan al sol cuando atardece. Qué envidia me dan los que no duermen con resentimiento y reciclan la felicidad en cada amanecer. Los que leen las líneas de la vida en un tronco de árbol. Los que convierten su dolor en una raíz más fuerte y su frustración en nuevos brotes de ilusión. Los que pueden volar a manos del viento y convertirse en el agua de la lluvia, que aún maltratada, vuelve incesante y sin rencor. Qué envidia me dan los que bailan en la negrura irrumpida por la luna bajo el tecno de los grillos. Los que se enajenan con gotas de éxtasis del rocío de la mañana y viven sin la ansiedad en su diafragma. Qué envidia de los que salen libres y bellos de sus capullos de seda, y del resto de páginas de esta revista.
Qué envidia la de aquellos que hacen de la envidia sana su mejor consejera.