La emoción vivió en una jaula. Ni la noche pudo exponer su plenitud, ni las sonrisas contenidas en bozal jugar a acariciar la libertad. La más bella mariposa, tuvo que bailar a solas, invisible a aquellas miradas que a sus pasos se encendían de pasión. Cayó el telón, la eucaristía de compartir sentimientos colectivos. La victoria más amarga de la poesía, que ganó sin querer su intimidad y gobernó sin pretenderlo. El cuervo de Poe entró por la ventana con el nombre de “jamás” y el mundo se reveló esposado ante los balcones. El aire quedó contenido y el silencio quebró los ecos de la orquesta y su sinfonía. Crecieron en nuestro interior los recuerdos que alimentaron los deseos más profundos del deseo. El de aquel concierto de revolución conectada. Aquel suspiro hondo e invisible nacido de la fusión de corazones dañados ante el negro “The End” de la gran pantalla. La memoria de aquellos que quedaron solos en su entierro.
Ahora es el tiempo del reinado de las emociones. La emoción que emana del escenario que conmueve porque es sincera, que sale de las honduras del sentimiento para liberarse en comunión y diversificarse con cada latido de corazón. No existe la neutra emoción, ni la emoción ambigua, ni la emoción turbia, confusa, ni reprimida. No existe la emoción a medias. Es la hora de la emoción que vives como un gran abrazo. De la emoción desatada de la humanidad. La emoción más libre y pura del arte, la cultura y la creación es hoy aún más necesaria ante el cuervo “jamás”.
Foto: © Ellen Kooi, Itegem-kite, 2018. Cortesía de la artista y Cámara Oscura Galería de Arte, Madrid