Le han tatuado corazones en sus muros, las piernas con frases de Leiva y Rayden. Le han confesado que la quieren en colores y le han recitado poesía bajo el blanco. Le han teñido los tejados y le han enseñado a respirar, a permanecer firme, a amar lo que haces y a mirar hacia el futuro.
Nos acercamos a retratarles a la Plaza de las Comendadoras, cerca de su estudio, pero finalmente improvisamos y nos llevaron junto a uno de sus murales (c/ San Dimas) que ilustran las calles de la ciudad. Pero su último proyecto está en la periferia. Una de las zonas más estigmatizadas de la ciudad ahora puede presumir de tener 16 kilómetros que recitan versos de El Alma no tiene color, de Antonio Remache. “Llevábamos muchos años queriendo trabajar en Cañada Real”, comenta Javier Serrano. El problema es que es un lugar muy complejo a todos los niveles, sobre todo político ya que los diferentes sectores pertenecen a cuatro administraciones diferentes (Coslada, Getafe, Rivas y Vicálvaro) y ninguno de ellos tiene una postura clara sobre la Cañada. Además, a nivel social, es un lugar donde conviven 17 nacionalidades diferentes y eso lo convierte en un lugar muy especial”.
Boa Mistura lleva en su ADN conocer el latido del lugar en el que van a intervenir. Esto implica conocer a su gente y la historia del lugar. Han necesitado más de seis meses de trabajo de campo yendo dos veces por semana a reuniones comunitarias: “Aunque todas llevan un olorcillo a Boa Mistura, intentamos que nuestras piezas reaccionen en cada sitio y se adapten a él. Llegamos al sitio desnudos de preconceptos, de ideas y de diseño. Éramos unos tipos que llegábamos, nos sentábamos y escuchábamos”. Allí descubrieron la ICI (Intervención Comunitaria Intercultural), “una especie de paraguas bajo el que se cobijan todos los actores de la Cañada; Cruz Roja, juntas de vecinos, asociaciones de gitanos, Fundación voz… Fueron ellos quienes nos fueron presentando a gente de la Cañada que podía ser clave para este proyecto; desde vecinos o empleados de administraciones, hasta el párroco Agustín, del sector 6”. Así, hasta que una mujer se arrancó a cantar El Alma no tiene color. “Ahí surgió la chispa. Lo tuvimos claro. Fantaseábamos con pintar los versos de aquella canción en los muros que conformaban los más de 16 kilómetros de La Cañada”.
Niños, vecinos, voluntarios y amigos, se sumaron a la misión y ayudaron a colectivo a colorear esta línea recta y gris, que ahora luce un degradado cromático que canta frases como “el alma no tiene color, no quiero juzgar o soy un corazón lleno de defectos”.
“Proyectos como este hacen que el proceso de la obra cobre casi más importancia que el resultado final. Es genial ver cómo la gente se siente orgullosa de ello y se sienten parte de la creación”, explica. “Nos escribían unas quince personas diariamente para venir a ayudarnos. Estudiantes de Arquitectura, Diseño, Bellas Artes, amigos… Y eso ha sido precioso porque es cuando sientes que estos proyectos rompen con las barreras invisibles de la ciudad. En este caso, muchos no hubieran ido (ni se les habría pasado por la cabeza) a la Cañada Real y, sin embargo, gracias a este proyecto, se han mezclado diferentes estratos de la ciudad, han trabajado mano a mano personas muy diferentes, e incluso, muchos han encontrado un voluntariado en el que aportar su granito de arena, no solo durante esas tres semanas, sino de ahora en adelante”