Domesticidad, 2015, es el disco íntegro que Pablo Prisma y las Pirámides escribió a sus hijos, Marc y Simón. Son una suerte de delicias indies que se alejan de lo que habitualmente llamamos canciones infantiles. Fogonazos de luz convertidos en canciones de cuna, de siesta, de paseo que hacen una radiografía de un padre cariñoso que observa detrás de la guitarra. Hablamos con él sobre la otra música, la que comparte con sus hijos y la que mamó en casa desde crío. “La verdad que mi casa no era especialmente musical. Los gustos musicales de mis padres eran más o menos los típicos de los votantes del PSOE de mediana edad del momento: Ana Belén y Victor Manuel, Sabina, Serrat… Esas eran las cintas que había. Tampoco solían poner música mientras estábamos en casa, así que la mayor parte de lo que oía era en la tele o en el coche, en la música que sonaba en la radio mientras íbamos al cole”, comenta.
La radio era entonces mucho más que un medio de comunicación, era la herramienta que tenían cientos de niños y jóvenes para conocer nueva música y en su caso también el camino que le llevó a empezar a tener interés por la música. “Recuerdo escuchar así el Cómo pudiste hacerme esto a mí de Dinarama y el It’s a sin de Pet Shop Boys, que fueron las dos primeras casetes que pedí autónomamente, y que me regalaron junto con un walkman el día de mi primera comunión. A partir de entonces, mi escucha de música se fue haciendo cada vez más privada, en cascos, grabando canciones de la radio, encerrándome en mi cuarto”.
Aunque nos encantan las historias en las que el hijo músico supera en talento a su padre, como el mismo Ennio Morricone, lo cierto es que es frecuente que muchos músicos tuvieses una relación frugal con la música en casa. Pablo, sin embargo, atesora con cariño un recuerdo prenatal que le fascina. “Teniendo ya 17 o 18 años, grabé de la tele Hannah y sus Hermanas, la película de Woody Allen, y en un momento dado sonaba una pieza de piano que me removió por dentro. No sabía por qué, pero ese fragmento hizo que se me saltaran las lágrimas. Le pregunté a mi madre. Y cuando le puse ese fragmento en la grabación de VHS, lo identificó inmediatamente. Era el segundo movimiento del Concierto para piano en Fa menor de Bach. Y me contó que ella escuchaba esa música (en una cinta que tengo ahora delante, con la interpretación de Glenn Gould) mientras estaba embarazada de mí. Me pareció (y me sigue pareciendo) algo asombroso que yo reconociera algo que solo oí antes de nacer (nunca había visto esa cinta por casa), y que me emocionara hasta el tuétano. Sigue siendo para mí una de las melodías más hermosas del mundo.
Independientemente de su faceta de músico, por su amor a la música estaba claro que en su casa la música se viviría de otra forma. “Sí que oímos bastante música juntos. Cuando eran muy pequeños, les ponía música bastante tranquila. Un hit cuando eran bebés fueron los discos de Raymond Scott Soothing Sounds for Baby, que son una maravilla de proto-ambient de los años 60, supuestamente pensados para tranquilizar “científicamente” a los bebés. Mis hijos se han hecho muy fans de Las Ruinas, Caliza, Pegamoides o Siniestro Total, y de hecho hay cosas que he empezado a escuchar más a raíz de oírlas con ellos, como Parade (que antes ya me gustaba, pero al que me he aficionado mucho más oyéndolo juntos). Ahora que empiezan a ser un poco más mayores se empieza también a abrir el espectro de lo que oímos juntos, aunque sigue habiendo límites según sus gustos – por ejemplo, a Simón, mi hijo pequeño, sí que le intriga e interesa música más agresiva, pero el mayor, Marc, es mucho más romántico y tranquilo, y cuando pongo en el coche Sepultura o algo de hardcore nos obliga a quitarlo”, culmina. Pablo Prisma y las Pirámides lanza nuevo disco en 2023, un álbum split compartido con Gúdar, con una cara para cada grupo