Existen historias que nos hacen crecer como sociedad, porque ilustran y muestran una rebelión necesaria, porque extraen humanidad, nos conectan, nos convencen. “Creo que es muy importante contar la historia de los perdedores. Tenemos una historia con mayúsculas, llena de épica, de conquistas y de conquistadores. No la vamos a negar, porque está ahí, pero hay que contar lo que está detrás de esas conquistas, las partes más sombrías. Y, ahí, la literatura tiene un campo magnífico donde investigar y donde entrar”, me comenta Bibiana Candia por videoconferencia. Azucre, su primera novela aborda desde la ficción un hecho real: los colonos gallegos que fueron enviados a Cuba a partir de 1854 por Feijoo Sotomayor, político y empresario enriquecido con el comercio del azúcar, para recoger la caña de azúcar, pero fueron sometidos como esclavos. El hecho histórico aparece al final, pero nosotros, lectores, transcurrimos por las historias personales de sus protagonistas.
Mientras hablamos, estamos en ese punto de la tarde en la que apetece un café. Candia, me reconoce que es muy cafetera, puede tomar cuatro cafés al día, pero que no es de mucho de echar azúcar en el café. Toma sobre todo expreso, pero el primero de la mañana es doble con leche. Si el café de un bar no es muy bueno, lo toma cortado o con leche y añade algo de azúcar. Sus favoritos son los cafés africanos.
Pepitas de Calabaza editó en otoño de 2021 esta novela corta que va por su séptima edición y acaba de conseguir el Premio Almudena Grandes de las librerías de Madrid. Una novela que recoge varios géneros: no es novela histórica del todo y crea una atmósfera de novela de viaje. “Reniego mucho de la etiqueta de la literatura histórica, de género, con 400 páginas y llena de datos, porque no es el camino por el que quiero transitar. Y, en realidad todo es historia. Muchos de los hilos que mueven esta historia en el fondo los reconocemos perfectamente en nuestra cotidianidad”.
“Mi posicionamiento era mucho más híbrido o más poliédrico. Me interesaba más explorar la parte de la historia para romperle los límites y buscarle otros sentidos. He observado cómo el público es capaz de adaptarse a otro modo de contar, a otras voces. Es un mensaje muy bueno para todos los autores, porque significa que podemos experimentar, que se puede ir más allá en la narración”, subraya Candia.
El mérito de Azucre está además en haber llegado a publicarla, porque envió el manuscrito a puerta fría, sin contactos, ni recomendaciones, pero sabía que si leían su novela tenía muchas opciones de que gustara. “Si tienes una buena historia bien contada, puedes llegar a que te lean. Lo cual transmite fe en las independientes”, y en su manera de pensar el mundo.
Candia concentra en 141 páginas una historia que habla de inmigración, de pobreza, de querer progresar, pero también de crecer, de madurar, y lo que es más importante, de dignidad, de conciencia y de rebelión. “Cuando leí sobre esta historia por primera vez y supe que esta gente se había rebelado, aunque fuese en pequeños grupúsculos, sin organizar, aunque fuese una rebelión, digamos, de andar por casa, sin grandes medios, me emocionó muchísimo ver cómo despertaban su conciencia. Porque me parece un ejercicio de dignidad emocionante, como no hemos visto en mucho tiempo”, reconoce la autora.
La historia de Azucre, “es trágica porque muchos de ellos mueren, pero los pocos que sobreviven, lo consiguen gracias al grupo. Así que esa llamada a la colectividad apela a muchas de las luchas sociales y de los privilegios que se han conseguido son batallas colectivas”, recuerda Candia.
Azucre pretende ser “una especie de reconstrucción de un testimonio popular, y tiene ese legado de poesía popular, de cantiga. Por lo que tenía que tener un ritmo interno, casi como si fuera un cantar de caminos, en el que todas las palabras tienen una razón de ser”. Es como una travesía, en la que acompañas a esos personajes, y como que vas poniéndote en su piel. Es una novela muy sensitiva, que palpas, experimentas lo que lees. Y eso es un logro.