Willy Russell (Liverpool, 1947) dejó el colegio con un cero en Lengua y Literatura para montar un salón de belleza. «No se me daba bien cortar el pelo, pero aprendí a escuchar», cuenta. Y es que, peine en mano, desarrolló un radar especial para captar la psicología femenina que le permitió escribir, en los años 80, dos exitosas obras de mujeres que lo han llevado a figurar en los libros de texto: Educating Rita y el monólogo Shirley Valentine, actualmente en la cartelera de Madrid en una recomendable versión que dirige Manuel Iborra, en su primera incursión teatral, y protagoniza Verónica Forqué.
No le gusta nada que lo entrevisten, ¿verdad? Correcto. Lo peor de escribir es tener que conceder entrevistas para hablar del trabajo de uno.
Pues empecemos por el principio: usted trabajaba de peluquero cuando se le ocurrió Educating Rita, una obra sobre una mujer adulta que vuelve a estudiar. Fue un éxito. ¿Aprendió mucho de psicología de las mujeres entre champús? Lo que hacía como peluquero, básicamente, era escuchar a las clientas, porque con las tijeras era un desastre. Un día me di cuenta de que aquello no iba a tener un final feliz. Imagínate, con mis pocas habilidades profesionales, jamás prosperaría, así que lo que me esperaba era que las mismas mujeres vinieran semana tras semana a contarme las mismas cosas, especialmente una vez que contrajeran Alzheimer. No merecía la pena. Por tanto, sí, decidí explotar aquellas conversaciones que me hicieron desarrollar una sensibilidad especial hacia la mujer. Podía ponerme en su piel, la comprendía. Siempre he dicho que uno está escribiendo bien cuando habla de aquello que no sabía que sabía. También soy un experto en féminas porque me crié en una familia matriarcal, regida por señoras de mediana de edad de clase trabajadora, y porque desde joven siempre he preferido la compañía de chicas a la de los hombres.
¿Por qué no le gusta la compañía de los hombres? No puedo soportar esa tendencia que tienen a reunirse a hablar de deporte y del último modelo de coche que ha salido. Solo hablan de objetos, no hablan de sentimientos. Es más: escribí Shirley Valentine como un monólogo de una mujer porque no podía enfrentarla a su marido, no era capaz de escribir los diálogos de él. Preferí redactar esas frases de Shirley en las que lo imita. No es que ella lo presente como una persona hueca, todo lo contrario. Lo presenta como alguien lleno de vida, pero que es un frustrado y un dejado, que no experimenta ni lucha por sus sueños. Ella lo anima a vivir, a vibrar con experiencias, como todos nos merecemos. No dice que sea mala gente, e incluso recuerda los buenos momentos que han vivido juntos. Pero entiende que, con los años, la magia se rompió, y al preguntarse por qué, ni siquiera le echa la culpa a él. Y me interesaba contar eso, porque en mi vida he conocido a muchísimas personas arrastrando la carga de la frustración por lo que pudieron ser y no fueron.
¿Cómo se le ocurrió Shirley Valentine? Fue al acercarme a los cuarenta años. Me empecé a hacer muchas preguntas. No de forma consciente, y no menopáusicamente, pero estaban ahí y las quería expresar, y tenían que ver con la sensación de estar culminando un etapa. Además, hacía tiempo que mi agente me pedía una obra nueva. Le dije que sí, que me tomaría unas vacaciones para escribirla, pero que no la anunciara para mi vuelta porque no me gusta trabajar con presión. Y al volver, conduciendo por la carretera, vi un cartel anunciando que estrenaría en breve. En fin. Yo acaba de hacer Blood Brothers (Hermanos de sangre), así que esperaban algo parecido, un musical con un reparto de unas veinte personas. Pero a mí me gusta sorprender. Se me vino a la cabeza una anécdota que había escuchado, la de una mujer que hablaba con las paredes. Así que escribí esta frase: «Me encanta beber un vaso de vino mientras hago la cena». Pensando que, al decir eso, la mujer que la decía se daría la vuelta y exclamaría: «¿Verdad, pared?». Y con este segundo detalle, supe que tenía una obra, porque ya tenía un personaje teatral: una mujer hablando con la pared.
¿Cómo son las Shirley Valentine del siglo XXI? Personas frustradas, como la de los ochenta. Siguen teniendo motivos para ello, incluido que no se entiendan con su marido. Es un sentimiento universal, humano, que cualquier espectador puede entender, incluso aunque no responda al perfil de Shirley. Recuerdo una vez que Alan Ayckbourn dijo: «no tiene mucho sentido venir a ver mis obras si no has estado casado, tenido hijos y si no te has divorciado una vez como mínimo». Me parece absurdo. Por no hablar de lo que hacen en Estados Unidos, donde no llevan a los niños a ver la historia de un ama de casa de Liverpool, triste y que se siente sola, y luego los llevan a rodeos o lo sacan por Michigan de noche.
Hasta los libros de texto hablan de usted, tiene muchísimo éxito. ¿Cuál es su receta? La receta es no tener receta, y el mejor consejo es no hacer caso a los consejos. Pero si tuviera que recomendarle algo a un dramaturgo, sería escribir los textos en los que él crea. Y al terminarlos, que no los mande inmediatamente a teatros, productoras u otros autores, sino que se los represente a sus amigos y compañeros, y que se fije en sus reacciones. Una vez pulidos, que los monte en cualquier pub. Incluso aunque eso nunca llegue a nada, al menos habrá tenido el placer de representar su trabajo tal cual lo concibió y de aprender por sí mismo, no de escarmentar en cabeza ajena. Este es mi sistema.
¿Sabe algo del montaje de Shirley Valentine que se está exhibiendo en Madrid? Sí, tengo entendido que es un montaje espléndido, con un equipo de categoría. Pero no puedo involucrarme en todos las versiones de mis obras que se hacen, no daría abasto. Y entiendo que, como autor, debo dar libertad para que mis piezas se adapten a la idiosincrasia del país donde se representan, para que el espectador de cada lugar conecte perfectamente con la historia, ya sea en Corea del Sur, Tokyo, Canadá, o en Australia, donde me imagino que le tendrán que poner esos monos en los hombros a la actriz (risas).
Educating Rita y Shirley Valentine se adaptaron al cine y usted mismo se encargó del guión. ¿Por qué las adaptó? Era un reto creativo. No lo hice por el dinero, si es lo que insinúas. Es más, nunca me he sentado a escribir solo para hacer dinero, pero si haces una buena obra, ganarás más que una película, porque se representará mucho y cobrarás mucho.
¿Participó también en el rodaje? No, ¿qué hace el escritor ahí en medio? Solo fui a una escena de Educating Rita en la que Michael Cain estuvo a punto de meterle un beso de los buenos a Lewis Gilbert. Lo evité porque no encajaba en esta historia de amor, platónica y profunda.
¿Cómo ha cambiado desde que empezó, en los 80? Seguimos teniendo el mismo entusiasmo pero menos energía, y ya no tenemos prisas. Ya no estoy tan necesitado de trabajo, y ahora tengo tiempo para hacer otras cosas además de trabajar. Por ejemplo, ahora también pinto y dibujo, aunque todavía soy un principiante.
Basándose en su experiencia como peluquero, ¿quién es la actriz mejor peinada? Que no, que soy muy malo en eso…
Shirley Valentine / Teatro Maravillas (Manuela Malasaña, 6) / MX, J y V, a las 20h. S, 19 y 22h. D, 20h. www.teatromaravillas.com
Texto: Paloma F. Fidalgo/ Ilustración Nuria Cuesta