Detrás de su corte de pelo, sus gafas de pasta y su aire cosmopolita, esta norteamericana no teme gastar en simpatía con cada palabra. Es cercana, sencilla -y a pesar de que ya ha arañado un hueco en el mundillo- no muestra ningún reparo al admitir que tenía otros planes para ella misma.
Ni en pintura. Wesley Allsbrook no quería ver su firma si no era sobre un texto. Sus sueños de niña tenían poco que ver con las imágenes. Hasta que un día entró en la Rhode Island School of Design y todo cambió: “Yo quería ser escritora, pero era horrible. Sin embargo, dibujaba desde que era niña. Tengo un montón de hojas sueltas con dibujos incriminatorios en los que salen gatos vestidos. Luego hice un culebrón sobre babosas titulado Fuera de sus cáscaras. Me obsesionaba reflejar los objetos como eran en la vida real. En la universidad aprendí a parar y ejecutar, como una impresora de inyección de tinta”. De hecho, la tinta es su lenguaje de expresión. Con una estética muy definida, cercana al cómic clásico, de trazo certero y amplísima gama de colores. “Uso la tinta porque pienso linealmente. Con el lápiz tienes algunas variaciones, pero con la tinta, un medio líquido, obtienes todo el rango de un efecto Doppler, de fino a grueso. Además, a la tinta se le pueden aplicar más herramientas para conseguir más texturas y el rasgo visual de expresión que alcanza es mucho más emotivo”. El gancho de derecha de algunas de sus ilustraciones puede recordar a veces a Berlín, a un lugar de la ciudad donde el feísmo cobra protagonismo. “¡Nunca he estado en Berlín! Me dicen que es la nueva Nueva York y que los hipsters de ahí son mejores que los de aquí. ¡No sé qué hace bueno a un hipster! De todos modos, si estás pensando en Kirchner y el expresionismo alemán, tienes razón. No creo que nadie salga de la escuela de arte sin ver el Gabinete del Dr. Caligari. También he aprendido mucho de Richard Teschner, fabricante de marionetas y diseñador de vestuario”. Toda una declaración de principios.
La soledad freelance, la inmediatez del trabajo para un cliente y la hiperactividad se ven (casi) siempre recompensadas por los efectos de la ilustración: “Desde que me mudé a Nueva York siempre tengo presente el tiempo, salvo cuando estoy dibujando. Cuando lo hago no pienso en cómo voy a pagar la factura del gas mañana o la última tontería que le he dicho al camarero. Me da un espacio fuera del tiempo y fuera de mí misma. Es un alivio. Mi padre es terapeuta, para que veas que no exagero y que nunca he podido disfrutar de una contradicción real”.
Boulder holder
Cuando el tiempo aprieta y trabajar no es suficiente busca inspiración en la música: “En my playlist están St. Vincent, David Byrne, Joan Armatrading y John Cale. Tengo que admitir que también soy una gran fan del pop, necesito melodía. Amo el nuevo disco de Explosions in the sky, Take Care, Take Care, Take Care, aunque a veces también me pongo la tele y la radio. Me hacen sentir acompañada”. A la caza y secuestro de la inspiración, su último descubrimiento personal son algunos ilustradores del cómic argentino: “Tengo gran respeto por Alberto Breccia, Diego Mandrafina y Carlos Roume. Estos tipos saben cómo crear un espacio real, luces y sombras”. También tiene presente a los clásicos, como “Milton Caniff, Noel Sickles, Robert Fawcett, Andrew Loomis, Jack Kirby, Steve Ditko, Alex Raymond, Jacques Tardi, Hugo Pratt… y Yann et Conrad’s Les Innommables”. Wesley no pierde de vista a sus ídolos, mientras sueña alcanzar nuevos sueños. “Mataría por hacer la cubierta de una novela de Peter Cary y quizá algunas viñetas en blanco y negro. Su Parrot and Olivier sería perfecto para este tratamiento”. Habla constantemente y enumera nombres y referencias, pero no define objetivos porque quiere “seguir cambiando y mejorando. Algo de insatisfacción es saludable, ¿no?”, culmina.
Texto: Teresa Garrido