En el momento de comenzar la entrevista me llega un mensaje al teléfono en el que recuerdan que «los mejores besos son los que están aún por llegar». Pero quiero que Lourdes Hernández haga memoria y recuerde su primer beso: «No fue de película porque siempre sale mal. El primer contacto que tuve con una boca de un chico fue a los 13 años con un chico de la playa. Me iba y mi amiga me dijo «ve a despedirte de Carlos». Nos acercamos y nos dimos un pico. Fue muy bonito; estuve un año, hasta que tuve mi primer noviete, recreando ese beso en mi cabeza pensando «qué suave» «qué guay». Hace poco me escribió a myspace preguntándome si me acordaba de él; ¡Cómo no me voy a acordar de ti!»
Después de más de un año de gira, le confieso que pensamos en ella para este monográfico suponiendo que su archiconocido pintalabios (del que tomó su nombre artístico) podría haberse convertido en un fetiche. «En Sevilla, entraron dos niños al camerino y uno de ellos me pidió que le dejara mi pintalabios. Se lo dejé, se pintó los labios, me lo devolvió y se fue con los labios pintados».
Después llegó el que Lourdes etiqueta como el primer beso en condiciones: «Fue un trauma. Todas mis amigas ya se habían enrollado con chicos y yo no. Estaba con un chico del barrio y al despedirnos pensé «ya toca». Fue un desastre, muy raro, me puse a llorar». Afortunadamente, los besos cambian, también la percepción que tenemos de ellos, ahora para ella, los besos son «una de las cosas más increíbles. El primer beso con una persona, tengas la edad que tengas,…, ese primer beso, ese primer contacto con alguien que te importa ¡es increíble!»
Aunque únicos, hay besos que siempre se esperan, se repiten casi de manera ordenada y con similar intervalo (al despertar y antes de dormir / al verse y al despedirse) y cuando falta se convierte en señal de que algo ha sucedido. Un ejemplo de besos diapasón son los que se dan en la familia: «Mi madre y mi abuela son muy besuconas; mi familia se besa mucho y eso condiciona para cuando tienes pareja. Estás todo el día besando».
Ante tanta tipología de besos, le pido que los clasifique y comienza a improvisar hasta ser consciente de que la clasificación no es tan básica: «Los besos familiares, de muestra de sentimientos, los pasionales. Los de buenos días y los de buenas noches a tu pareja, que son diferentes porque buscas cosas diferentes. Hay un beso increíble: el beso reconciliador con el que no hace falta hablar. Con la pareja se automatizan los besos. Los besos de los niños son increíbles porque normalmente les cuesta darlos y cuando lo consigues, sientes que le importas. También los besos en invierno por la calle con las bocas súper frías».
En su disco I Love Your Glasses está Kiss My Elbow. «Los besos son evocadores; pensar en ellos ayuda a escribir algo bonito».
Es imposible saber qué besos vendrán y obviamente, tampoco lo que le espera a Lourdes. A la vista, un disco que prevé publicar a la vuelta del próximo verano, pero no se quedará ahí: «La interpretación es algo que me apetece hacer a la larga. También pasar por mi momento vital de ama de casa, lavar toallas, poner la mesa, darle un beso en la frente a mi hijo cuando lo tenga,…, cocinar. Se pueden hacer tantas cosas que sería una lástima quedarse en una sola». Lo seguro: «La música me emociona. Pasa el tiempo y no dejo de ver que es un puñetero regalo; toco la guitarra y te prometo que no hago nada, viene solo. El otro día hice una canción y estaba emocionada, preguntaba «¿de dónde has salido tú?», era como que había tenido una visita y había hecho que eso ocurriera porque yo solamente había cogido la guitarra. No te crees el artífice, es como que a tu cuerpo le invade una energía que a lo mejor viene de siglos atrás y se convierte en canción».
Txt: Mónica Caballero. Fotos: Beatriz Yanos