El actor principal no se ha estudiado el guión y se abre el telón, pero en realidad no hay telón. De hecho tampoco hay protagonista, ni público. Esto es Etiquette, un experimento de autoteatro desarrollado por Ant Hampton y Silvia Mercuriali (Rotozaza, RU) en el que hacen astillas el concepto clásico de las artes escénicas.
Los astutos Rotozaza han dinamitado el concepto mismo de teatro con Etiquette y la onda expansiva anuncia que ya nada volverá a ser lo que era. Silvia Mercuriali, una de las responsables de la criatura, desmenuza paso por paso el concepto de autoteatro: «Al igual que en el teatro convencional hay un intérprete que habla y un público escuchando, en Etiquette hay una comunicación que acerca a dos personas. La diferencia es que en el teatro la conversación es en un entorno tradicional y al público no se le permite hablar al intérprete. Aquí se es artista y público al tiempo, en una conversación en la que los papeles de actor y oyente se van intercambiando constantemente».
El lenguaje es una terapia de choque porque, precisamente, «la comunicación» es el argumento principal de Etiquette: «Siempre hemos estado muy interesados en la forma en la que las personas se presentan al mundo, el contraste entre lo que ellos mismos saben que tienen que decir y la forma en la que terminan diciéndolo. Creemos que esta dualidad está presente en la vida de todos constantemente. La narración nos permite detenernos en la comunicación de una manera poética y al tiempo reflexionar sobre los temas de la vida cotidiana», comenta.
El concepto es sencillo. Ant y Silvia realizan una grabación donde van dando instrucciones a los participantes a través de unos cascos. «Los personajes interpretados son siempre los mismos y también lo son las acciones que realizan. Para desenredar los mensajes y decírselos a su compañero los protagonistas tienen que modificar las palabras con las que habitualmente se comunican». Y es en ese momento de codificación cuando «los participantes se sienten responsables de la relación que tienen con el otro a pesar de que saben que no son responsables de la situación que se presenta. Tienen que seguir las instrucciones que les llegan a través de los auriculares que les dicen qué hacer y qué decir a la persona que tienen en frente».
En el autoteatro no hay ensayos. Todo se desarrolla de forma natural, casi accidental. «Creamos una especie de burbuja entre los participantes que los separa totalmente del mundo exterior, sin perder la sensación de estar en un ambiente cotidiano […] Hemos comprobado que es más fácil de hacer para los que nunca han actuado porque no sienten la responsabilidad y disfrutan del flujo de la comunicación, sin tratar de hacerlo mejor», explica Silvia.
En Madrid recalaron en 2010 dentro de Escena Contemporánea, pero la obra ya se ha traducido a 14 idiomas y se ha representado en infinidad de países con reveladores resultados. «Culturalmente la gente lo disfruta de una forma muy diferente dependiendo del país. El tema del contacto físico en Japón fue muy difícil, incluso cuando solo era una cuestión de tomar la mano de alguien. En México, al contrario, se lo tomaban como una oportunidad para celebrar el encuentro entre dos personas y la gente disfrutaba al apoyarse y compartir la experiencia con el otro».
Texto: Teresa Garrido. Foto: Sacha Lee.