Larra se preguntaba quién es el público y dónde se encuentra. En las obras de Roger Bernat (Barcelona, 1968), está en escena. En 2008, ya considerado un dramaturgo de pedigrí y tras disolver su innovadora compañía General Elèctrica, decidió transformar al espectador en “espect-actor”.
Con este planteamiento ha estrenado Dominio público y La consagración de la primavera y editado, con quince especialistas, el libro Querido público. En 2012 trae al Valle Inclán Pendiente de votación, cuestionando nuestra praxis política.
¿En qué consistirá Pendiente de votación? En crear, entre todo el público, una república independiente desde la base: estableciendo las normas fundamentales del sistema, la manera de componer el parlamento, de afrontar los asuntos públicos… Cada espectador tendrá un mando, como los diputados, para poder votar. Y se cuestionarán las leyes del teatro.
¿Cuáles? Las que rigen una función: veremos cuánto es recomendable que dure la obra, si debe haber descanso o si se puede entrar ya comenzada la función…
¿Por qué estrena este espectáculo precisamente ahora? Lo proyecté mucho antes de que naciera el 15M. Es más, todo lo que ha generado este movimiento me ha servido de aprendizaje, he podido ver en funcionamiento deliberaciones colectivas similares a las que espero que se produzcan en cada función. Aunque no pretendo que de ellas salga ninguna propuesta de reforma política, sino que nos pongamos en el lugar de los diputados, emulemos su trabajo e imaginemos cómo es el ejercicio de la actividad política en un parlamento, para analizar si realmente éste puede satisfacer nuestras expectativas.
Con lo buenos actores que son los políticos, va usted y pone a actuar al público. Precisamente porque ellos están haciendo teatro nosotros haremos política. Me parece que esta obra puede servir para analizar la representación política tal como la vemos hoy, para preguntarnos si nuestros representantes lo son o si representan solo los intereses de un grupo, o sencillamente a nadie.
¿Así que es posible hacer teatro sin público? La estructura de mis espectáculos es impersonal, abstracta, tanto como lo es la de muchos otros espacios de nuestra sociedad. Si vas al metro, lo más probable es que no veas ni al conductor ni a quien vende los billetes, puedes relacionarte exclusivamente con máquinas. Yo traslado este patrón al teatro. El espectador, en mis trabajos, es espect-actor. Llega a un escenario vacío, donde solo encuentra unos dispositivos e instrucciones con los que construye algo junto con el resto del público. Quizá así pueda preguntarse a dónde nos lleva esta impersonalidad que nos rodea.
¿Y usted a dónde cree que nos lleva? ¡Aún lo estoy descubriendo! Yo creo que nos venden que existe un estado de libertad absoluta que en realidad es una libertad fingida. Nuestras acciones están muy condicionadas.
¿En sus obras se plantea el conflicto habitual en el teatro? Sí, y de la forma más clásica. El teatro nació como una expresión alternativa frente al discurso político oficial, para recrear problemas y ensayar soluciones. En este caso, el público está totalmente sumergido en el conflicto, lo vive de forma personal. Juega a recrear una realidad, y asume como real lo que hacen él y los demás. Y cada función resulta una experiencia distinta porque sus intérpretes también son distintos.
¿Qué tal acoge sus obras el respetable? Primero, con sorpresa. Una vez, en una cola para ver La consagración de la primavera, oí decir a unos espectadores: “Vamos a entrar pronto y así cogemos un buen asiento”. Al entrar no había butacas, y se les invitaba a bailar. También a veces se sienten esclavos de las máquinas que les dan órdenes –como en otros momentos de sus vidas– o sienten un confortable sentimiento de integración al vivir una experiencia colectiva, un proyecto común, algo poco frecuente.
¿Y si fuera usted espect-actor? Antes, esa pregunta me asaltaba muchas veces. Hasta que un día vi un espectáculo que podría haber hecho yo, Sos, de Yan Duyvendack, y me fascinó. De hecho, ahora estoy colaborando con ese director en un trabajo que pronto estrenaremos en Ginebra: Por favor, continúe.
¿Cómo ve el teatro actual? El teatro está viviendo un momento muy dulce. Hay grandes profesionales españoles, como Rodrigo García, Juan Domínguez, Cuqui y María Jerez, Olga de Soto, Oskar Gómez, Angélica Lidell, La Tristura y tantos otros. Muchos de ellos apenas tienen presencia en nuestras carteleras, tal vez porque sus proyectos son deliciosamente heterodoxos.
Texto: Paloma F. Fidalgo
Pendiente de votación, del 29 de febrero al 4 de marzo en el Teatro Valle Inclán de Madrid.