Admira el trabajo de Chema Madoz, pese a que poco tiene que ver la reflexión de uno con la intuición del otro; habla de las imágenes con pasión, aunque la añoranza brota en cada una de sus palabras y señala a Cartier Bresson como su gran referente. Ya no hace fotografías y, sin embargo, sus declaraciones son puro retrato de una época que regresa con fuerza a nuestras retinas cada vez que nos asomamos al pasado de su obra. Ramón Masats (Barcelona, 1931) recibió el Premio Nacional de Fotografía en 2004 y, hoy en día, es todo un icono que defiende con ímpetu que “toda fotografía tiene que tener la personalidad del fotógrafo”. Lunwerg lanza una nueva colección dedicada a los grandes. Masats es uno de los primeros nombres en aparecer.
¿Qué debe transmitir un retrato? Lo que es el retratado, pero siempre bajo la opinión del fotógrafo. Como todo en la fotografía, lo más importante es la honestidad, que la mirada del fotógrafo le muestre tal y como es. Nada de hacer que el retratado haga tonterías y, si las hace, peor para él, que se presta.
Dice el escritor Antonio Muñoz Molina que su trabajo remite al arte de la ausencia. ¿Nos lo explica? El arte de la ausencia es la presencia del hombre en cualquier cosa que hace. En mis últimas fotografías en color ya no hay personas, pero sí una consciencia de forma inconsciente. Es decir, el ser humano deja detrás suyo obras inconscientes que, tomadas por la cámara del fotógrafo, adquieren una trascendencia. La ausencia es muy importante, es muy significativa, dice mucho de alguien.
¿Trabaja por impulso o hace un trabajo meditado, planificado? Trabajo por impulso, soy muy intuitivo. No me planteo las cosas de antemano.
Entonces, ¿la reflexión viene a posteriori? No, la reflexión es instantánea.
Si hablamos de formato, ¿cuál es el ideal para sus fotografías? El 35 mm. Las cámaras Leica.
Vemos que su trabajo fluctúa entre el blanco y negro y el color. ¿Qué le hace elegir uno u otro? Yo, en mi trabajo, no noto la diferencia. Mis fotografías en color no son tan evidentes, podrían haber sido hechas en blanco y negro. Durante mis últimos trabajos me llevaba carretes en blanco y negro y en color y, una vez en el lugar de destino, decidía cuál utilizaba. No era una razón lógica, sino intuitiva, como todo en mí.
¿Por qué sus fotos parecen remitirnos a una España de folclore ya desaparecida? Pues porque las hice durante una España folclórica ya desaparecida. Mi generación no era consciente de que estaba retratando una época. Lo único que queríamos era hacer buenas fotos, según el concepto que teníamos en aquel entonces de la fotografía. Ahora se está valorando mucho ese trabajo, pero no era nuestra intención ser reflejo de nada.
¿Cómo empezó en esto de la fotografía? Cogí dinero a mis padres para comprarme una cámara y, como no podía justificarlo, me inventé que me había tocado en una tómbola. Mantuve el embuste hasta que murió mi padre, que nos dejó sin saber nada.
¿Fueron difíciles los comienzos? No, fueron fáciles. Era mucho más fácil en aquella época, si tenías verdadera voluntad y afición. Ahora cualquiera tiene una cámara, todo el mundo puede ser fotógrafo, ya no se necesita un oficio, ni revelar, ni positivar…
¿Por qué se alejó de la fotografía y se volcó en el documental durante casi dos décadas? Bueno, siempre me había interesado mucho el cine, sobre todo el montaje. Ya dominaba la fotografía y lo que más me apetecía en cine era montar lo que yo rodaba y todo lo que se podía decir en un documental con ese montaje. De hecho, nunca he sido fotógrafo de mis películas, pero elegía a la persona que se hacía cargo de la fotografía.
¿En qué ha cambiado su trabajo fotográfico desde sus inicios hasta ahora? Sobre todo, en que ya no trabajo, que estoy hecho un vago y me he retirado. Lo que sí hago es ir clasificando mis negativos o atender las demandas de fotografías que me hacen para diferentes exposiciones. Sigo en movimiento, pero ya no hago fotos. Al principio, hacía fotos en blanco y negro, porque así me lo pedían las revistas; luego, estuve unos 17 años haciendo cine, televisión, anuncios…; más tarde, cuando volví a la fotografía, por petición de los editores, trabajé en color y me dediqué más a fotografiar libros. Poco a poco, fue despareciendo el ser humano de mis fotografías, pero no su huella, como ya le he contado.
¿Qué consejo le daría a alguien que quiere dedicarse a esto de la fotografía? Que tenga rabia y necesidad de ser fotógrafo, que luche, que se obsesione. Pero, claro, eso le viene dado o no. ¿A los demás? Que lo dejen.
Texto: Inma Flor
Foto superior: Ramón Masats, Toledo, 1960.
Foto inferior: Ramón Masats, Ibiza, 1982. Imagen incluida en el libro Masats, de Antonio Muñoz Molina y Laura Terré, editado por Lunwerg. (Ver reseña)