Tiene estudios de maestro de escuela, pero Óskar Gómez Mata (Irún, 1963) no ha formado alumnos sino compañías de teatro. La más conocida, L’Alakran, que creó en 1997 en Ginebra, donde tiene su sede. Sus montajes se proponen agitar conciencias, y a menudo involucran al público en escena. Es un habitual del festival Escena Contemporánea de Madrid.
Hay gente a la que le encantan sus espectáculos y otra que sale de ellos diciendo «esto no se puede hacer en el teatro». Hay gente que dice que hago burradas, pero también tengo poder de convocatoria, al Festival D’Avignon vinieron a verme cientos de personas. Por ejemplo, me han dicho que hago burradas en la obra que he montado recientemente con los alumnos que se graduaban en el equivalente de Ginebra a la RESAD española. En ella, los chavales se quejaban por las expectativas laborales que tenían y ponían en duda la profesión, criticaban que los profesionales se miren unos a otros de manera descarnada. Y para expresarlo, se insultaban y se pegaban. Y cierto público se indignó por estas palabras y manifestaciones.
Es que pegarse en escena… Si ni siquiera se puede fumar… El teatro es una vía perfecta para invitar a la gente a tomar conciencia de sus problemas, individuales y sociales, y para incitar a la acción. Ha de recrear la realidad. Barbaridades son las que se ven en el telediario.
Es usted un agitador. Yo no soy el problema. El público es el problema. No todo él, sino el público tonto, que no entiende que tiene que trabajarse el espectáculo, abrir la mente. Y también es un problema un sector del teatro que teme que los que vienen detrás de ellos les roben el trabajo. De todos modos, muchos de los que dicen que no les he gustado nada, luego se pasan una hora y media hablando de lo que han visto. Algún poso habré dejado. Y que conste que me parece muy bien que todos se expresen con libertad.
¿Y se llevó su compañía a Ginebra porque el público español era especialmente cerrado de mente? Sí. Cuando nacimos, en los ochenta, en el arte español no había referentes, se venía de una época en la que no había habido expresión en libertad. Yo me fijé en lo que hacían La Fura dels Baus o Eugenio Barba, que rebosaban creatividad. Pero me parecía que no se los valoraba como se merecían.
Entonces no se la llevó a Suiza para evadir impuestos… No, pero mira, ahora mismo me habrían perdonado, no como a la clase trabajadora. Qué espanto lo que está ocurriendo en España. No sé a dónde vamos a ir a parar como la gente siga apoyando a esta derecha.
Oiga, que el movimiento de los indignados está dando mucha caña. Es muy valioso, pero insuficiente. Estos días estoy manejando un texto teatral de Jacques Copeau de 1921 en el que ya habla de la indignación. Estamos lejísimos de su concepto.
¿Usted sigue la actualidad española desde la distancia? Sí. Y los periódicos me resultan una fuente de inspiración teatral.
¿Y qué otras fuentes de inspiración tiene? La más importante, los museos.
Qué lugar más tranquilo, con lo agitados que son sus espectáculos…Quizá por eso. Son lugares sugerentes, llenos de información, de reacciones y que invitan a la reflexión.
Sigo pensando en el público que lo critica. Usted le da más importancia a la expresión corporal que a la palabra, y eso puede descolocar. No le doy más importancia, destaco ambas herramientas por igual. Considero que son dos formas expresivas, y la primera se ha descuidado en relación con la segunda. Y a veces, la expresión corporal puede ser más directa, precisa e incitadora que la palabra.
¿Ya sea la palabra en español o en francés? Me gustan ambos idiomas, y también el vasco, mi lengua materna. Le puse L’Alakran a la compañía porque era una conjunción de los tres y suena bonito.
En sus espectáculos involucra mucho al público. No hasta el punto que lo hace, por ejemplo, Roger Bernat, que lo encumbra como protagonista, pero sí quiero jugar con él.
Lo cual requiere que los actores improvisen, y las obras terminan siendo un work in progress, cosa que se lleva mucho. Yo lo he hecho siempre, porque me permite no resultar moralizador. Por ejemplo, hablar, como hemos hecho en Psicofonías del alma, del animismo, criticando la cosificación capitalista de las personas, puede resultar muy árido si se hace escuchando un texto recitado. Pero haciéndolo lúdicamente, resulta más claro.
Y eso de subir al respetable a escena, ¿también se llama teatro? Yo creo que sí, aunque hay quien dice que lo que hago es performance, algo que nadie sabe muy bien qué es.
De todas las que ha hecho, ¿con cuál se queda? Con Optimistic vs Pesimistic.
Texto: Paloma F. Fidalgo. Foto: Compagnie L’Alakran © Federal.li