Alguna vez ha dicho que escribe para un lector muy concreto, sus amigos del barrio de Boedo, donde nació y se crió. Fabián Casas (Buenos Aires, 1965) tiene tantos buenos amigos (de carne y hueso, no lo busquen en las redes sociales virtuales) que no podemos contarlos con los dedos de muchas manos y pies.
Casas también presume de su barrio porteño, que aparece de forma habitual en su literatura, casi como un personaje más. Nació en la calle Estados Unidos, algo que le ha marcado profundamente, sí, pero nada tiene que ver con su estancia en Iowa con una beca Fullbright: “Siempre que pienso en Estados Unidos siento a mi lugar de origen, no pienso en Obama o Bob Dylan o los moteles de Sheppard”, bromea.
Desde el desaparecido Fogwill a Viggo Mortensen, su cantera de amigos es inabarcable. Para él la amistad, como concepto, no “se entiende”, sino que “se siente. Aunque suene a basura de autoayuda”. Son precisamente algunas de las vivencias junto a algunos de los amigos de la infancia las que nutren los relatos englobados en Los Lemmings y otros (Alpha Decay, 2011), cuentos que enganchan por su frescura y proximidad, a pesar de los kilómetros que nos separan de su tierra.
Ha sido el primero de los lanzamientos que la editorial barcelonesa dedicará al autor, consagrado en su país y con cada vez más forofos en el nuestro. Precisamente en el terreno editorial surge una nueva muestra de su camaradería: en Argentina sigue siendo fiel a su editor y gran amigo Miguel Villafañé y a su editorial, Santiago Arcos, a pesar de una sugerente oferta de Anagrama, lo que nos da una idea de su notable éxito. Tampoco duda en defender el libro como objeto ante la supuesta amenaza electrónica: “Me gustan las ediciones hermosas. Los libros que sacaba Barral Editores, por ejemplo”, apunta.
Ser amigo de un escritor puede ser arriesgado para la intimidad. Casas confiesa modestamente que no es una persona creativa, que toda su literatura la extrae de lo que ve, escucha y lee. No obstante sus amigos nunca se sintieron ofendidos: “Nunca tuve problemas, puede que me inspire en alguno de ellos o de sucesos que ellos me contaron, pero en el proceso de escritura se vuelven meros personajes, si no no puedo escribirlos”.
No cabe duda de que es un animal social aunque su principal ocupación consista en algo, a priori, tan poco social como es leer. De hecho se considera más lector que escritor, algo que certifica al priorizar su respuesta ante la cuestión de cuánto tiempo dedica a ambas actividades: “Leo casi todo el día: en el tren, subte, colectivos, cuando como, y antes de dormir y en el retrete”. Entre esa incesante lectura abunda la filosófica, núcleo de sus estudios universitarios: “Me gustan mucho Spinoza y Schopenhauer y Deleuze, que a pesar de estar todos mirando las flores desde abajo siguen siendo terriblemente actuales”.
En la escritura, aunque a Casas le gusta definirse como poeta, sus textos cobran vida como relatos, ensayos, artículo periodísticos y, recientemente, hasta como imágenes. Una de sus novelas, Ocio, fue trasladada al cine en 2010, algo que quizá le animase a probar suerte escribiendo directamente el guión de una película que dirigirá Lisandro Alonso, cineasta indie que recibió en 2008 el premio Principado de Asturias en el Festival de Cine de Gijón por Liverpool.
Para terminar, siendo amante del fútbol, como buen argentino, le pedimos que nos haga su alineación titular ideal de la literatura actual: “Por suerte ésta excede ampliamente a un equipo de fútbol. Y sobre todo están los que son invisibles, como Javier Ragau, en mi país y supongo que debe haber muchos como él en todo el mundo, ese tipo de escritor que trabaja sin fijarse en las modas ni los premios y que por eso mismo es central para la salud del tejido de la literatura”, señala. En la vida, como en la literatura, tiene clara en qué posición del campo le gusta jugar: “Siempre en el campo contrario”.
Texto: Javier Agustí. Foto: Chus Sánchez.