Rodrigo Cortés (Orense, 1973) ha roto moldes industriales y creativos en el cine de nuestro país. Tras la aclamada Buried, donde encerró a Ryan Reynolds en un ataúd, estrena Luces rojas, un thriller parapsicológico protagonizado por dos mitos: Robert De Niro y Sigourney Weaver. En él, una profesora de universidad se enfrenta al mayor ilusionista de todos los tiempos.
¿De dónde viene tu interés por la parapsicología? Solo me interesa como catalizador de mecanismos de percepción. Empecé a trabajar en la película analizando el mundo de los científicos racionalistas escépticos y el de los creyentes parapsicólogos. Me documenté en profundidad durante más de un año para poder darle consistencia. Lo más interesante es que ambos grupos se comportan de forma similar: solo aceptan aquello que confirma sus teorías previas. La conclusión es que al final creemos lo que nos es más cómodo o conveniente creer.
El oficio del ilusionista y del cineasta tienen muchas cosas en común: en ambos casos hay que inventar una puesta en escena para que el espectador crea algo que no existe. Sí, de hecho la estructura de la película está planteada como un truco de magia. Mientras la gente mira la mano izquierda, el mago roba la cartera del espectador con la derecha. Pero es una reflexión antigua: en Fraude, de Orson Welles, se ve la sinonimia entre el acto del ilusionista y el director.
En una célebre cita, Hitchcock decía que no dirigía actores sino espectadores. El público está siempre en tu cabeza. El respeto hacia él debe ser tal que el objetivo nunca debe ser complacerle, sino estimularle y darle algo que acepte o que rechace, que le haga crear un determinado tipo de proceso que puede dar como resultado “tu película es una mierda”.
¿Cómo debe tomarse el espectador los giros argumentales? No es una película de tesis. Su función no es resultar útil a un determinado grupo de la discusión paranormal. Traté de abordar ambos lados con la mayor honestidad posible. De hecho, las opiniones que uno tiene sobre lo que está sucediendo cambian a lo largo de la película, obligando al espectador a convertirse en un buscador de luces rojas. Y como todo truco de magia tiene un giro final. No creo que las películas deban dar todas las respuestas. Se trata de plantear preguntas.
Tu cine tiene mucho en común con el de Christopher Nolan: ambos lo vaciáis del componente dionisiaco que fue la seña de identidad del cine comercial de los 80. El cineasta que más me ha interesado siempre es Scorsese, que no es precisamente un gran complacedor de espectadores. Spielberg, al que admiro, consigue que salgas del cine reconfortado y recompensado. Scorsese te hace sentir incómodo planteando determinadas cuestiones morales. Y eso es lo que más que seduce como espectador: que me interpelen, estimulen, enfaden o me hagan desear algo que no sucede. Lo que más respeto de Nolan es como ha conseguido que sus películas de autor sean de consumo masivo y los estudios se las financien, pero él es más frío.
¿Cómo se convence a Sigourney Weaver y Robert De Niro para que vengan a rodar a Barcelona? El 80% lo consiguió el guion. Ni siquiera Buried, que la vieron después. Escribí el papel pensando en Sigourney, lo cual es bastante insensato, porque si te dice que no, vas a tener un vestido que no sabes a quién calzarle. De Niro era la opción número uno porque necesitas un gigante cuya sola presencia te diga “sí, sí, es el mayor psíquico de todos los tiempos, me lo creo”.
¿Cómo afrontas el trabajo con dos mitos? Con naturalidad porque lo permiten. Su comportamiento fue de antidiva en todo momento. Y porque la posición del fan no es la que te interesa como director. En el rodaje te conviertes en un detector de credibilidad y en el guardia que les ayuda a conseguir que una emoción no solo sea orgánica y real; sino la conveniente para ese momento del puzle. Sigourney es cálida y acogedora. Y De Niro es la persona más zen del mundo y lo primero que te hace saber es que tú mandas. Imagino que debe ser muy difícil ser el mejor durante cuarenta años siendo un gilipollas.
Texto: David Bernal. Foto: a la derecha, Rodrigo Cortés.
Luces rojas se estrena el 2 de marzo.