Antes de grabar El último primate (Dro / Warner, 2010) la actriz y cantante Najwa Nimri se quedó literalmente sin voz, lo que le hizo dar un giro total en su carrera musical, una ruptura. Desde entonces, cambió del inglés al castellano. Y ahora se atreve con un disco orgánico, de guitarras. Hablamos con ella tras la sesión de fotos que ilustra estas páginas.
En aquel episodio “había algo de ruptura, veía venir todo encima. No me funcionaba la discográfica, las relaciones, nada funcionaba”, confiesa. Con Donde rugen los volcanes (Plural Form, 2012) retoma la electrónica y firma su quinto disco, sin contar los dos publicados con Carlos Jean bajo Najwajean: el histórico No blood (Subterfuge, 1998) y Till it breaks (EMI, 2008). Ahora produce Raúl Santos (ex batería de Los Planetas, Supecinexcene) y Vicente Miñana, Uma. Me lanzo: ¿es un buen momento para rugir? “Creo que no es buen momento para rugir. Es momento para ser”. Tiene claro por dónde se dirige el disco. “La premisa era un disco horizontal y en bucle. Es conceptual porque lo importante era el conjunto, no las canciones. Es un disco muy sintético en el sentido en que el sonido ha derivado en el techno minimal, que ha sido mi referencia máxima. Y hay una búsqueda de lo natural dentro de la tecnología, de humanizar la tecnología”, argumenta.
Najwa Nimri tiene ese lado huidizo, esquivo, reservado: “Lo soy, lo soy. No me acabo de dar. Forma parte de una estrategia para parecer más misteriosa, que es donde me he metido al final. Me gusta que parezca estilo personal. A mí me costó muchísimo no poder ser anónima o pasar desapercibida. Es una cosa que no he dicho pero con el tiempo me he dado cuenta. No soy una persona que se abra y que pida que le digan lo que piensan. Entonces como no llego a hacer ese ejercicio, lo hago en las entrevistas”, subraya.
No cree que sus fans hayan entendido bien los cambios pero, ¿y ella misma? “Ha habido algo como de intentar deshacerme de todo el mundo. No pensando en una masa general”, precisa la actriz y cantante. “No acabo de ser visceral en ninguna canción, que es lo que más me gustaría. En realidad es contra lo que lucho siempre. Me gusta prescindir de lo emotivo, de la emoción. No me interesan las canciones que llegan al corazón. Al final es a lo que hay que llegar seguramente, pero creo que hay algo más sensorial. La electrónica es más de texturas, la tónica te lo permite. Flotas, vuelas de otra manera. Con banda, con guitarras, te enfrentas a esa crudeza y sale la víscera, sale el corazón. Así que me he desenganchado de lo visceral. La música electrónica no deja de ser cerebral”.
¿En qué faceta te sientes más creadora? “En la música estoy haciendo de piedra angular”. Luego nos desvela que ha tenido claro que se ha empapado del flamenco vocal, que dejó el soul harta de hacer versiones de Aretha Franklin y que detesta canciones emocionales como Crime, que sin embargo funcionan con el público. Cuando empezó con Carlos Jean: “No había una idea de ir hacia un estilo concreto”. Casi de igual forma, en el cine ha trabajado con gente tan diferente como Julio Medem, Ken Loach, Daniel Calparsoro, Alejandro Aménabar e Icíar Bollaín. Y tiene varias películas sin estrenar: The Wine of Summer de Mariana Teol y De diez mil noches a ninguna parte de Ramón Salazar.
También colabora (las prendas las puedes ver alguna de estas fotos) con Paty Abrahamsson en un línea de cazadoras, con estampados de volcanes, y posiblemente hagan bañadores, sudaderas o burkas. Y nos hace una confesión final. “Me atrevo a decirte que voy a ir hacia un ‘nazismo’ fuerte con el próximo disco, que el sonido fuera más crudo, no sé cómo se puede hacer. Hablo de algo más deshumanizado intentando meter mis paranoias. Igual no es con electrónica”.
Texto: Andrés Castaño. Foto y montaje: Ernesto Artillo. Estilismo: Xavi Reyes. Ayudante de fotografía: Laura Jiménez. Agradecimientos: Centro Studios