Christina Rosenvinge se desliza felina por las calles de Madrid. Se refugia del ajetreo de su vida familiar en un viejo café del centro y se entrega a desenredar la madeja de alguna futura canción, un secreto ovillado en su mochila del que aún no desvela ningún detalle. Por algo nos hemos citado con ella para hablar de su pasado a propósito de “Un caso sin resolver”, la caja retrospectiva que Warner acaba de publicar con lo mejor de una carrera atípica en la que caben tres décadas, dos continentes y unas cuantas catarsis creativas.
El delicado aspecto de esta madrileña del 64 se ve pronto felizmente desmentido por la contundencia con la que defiende sus ideas y por la ironía en la que columpia sus contradicciones. Admite que está mucho más interesada en seguir escribiendo material nuevo que en revisar su pasado musical: “Estoy en una fase muy productiva y después de unos años en los que nadie se enteraba si sacaba un disco, valoro más que nunca que la rueda vuelva a girar. De hecho he vuelto a vivir de la música”, precisa. No obstante, “a la discográfica le parecía el momento adecuado para lanzar la caja y accedí para estar directamente implicada en el resultado”.
El resultado son tres discos recopilatorios dedicados a las tres épocas que explican la evolución musical de Christina, más otro con rarezas de toda su carrera, un DVD con vídeos y directos y un libro en el que la retratan algunos ilustres personajes de la escena musical española. El primer disco recoge sus inicios rockeros en los 80, el pop superventas de Álex y Christina y el regreso a la carretera con los Subterráneos. Aquí los nostálgicos encontrarán tres singles muy populares –Señorita, Tú por mí y Alguien que cuide de mí- puestos al día junto a la brillante banda capitaneada por Refree que acompaña en los últimos tiempos a la cantante. “Escogí esas canciones para volver a grabarlas en directo porque últimamente las tocaba en mis conciertos y sabía que habían crecido mucho, sobre todo Tú por mí”, comenta la madre de las criaturas.
Hablamos del Madrid de su juventud y de una primera revelación musical “nada original: mi hermana se compró el Ziggy Stardust de Bowie y al oírlo caí por un agujero del que no he vuelto a salir”. Los años de la movida pillaron a Christina todavía a resguardo de la tierna adolescencia: “tocaba en un grupo, pero mi hermana iba a recogerme después de los ensayos”, recuerda. “Lo que sí hice fue ir a muchísimos conciertos alucinantes de Radio Futura, Derribos Arias, Las Chinas, Aviador Dro…”
El pudor y la sorpresa han convivido en el ánimo de Christina durante la revisión de su archivo musical: “tiendo a ser muy crítica con lo que hago, aunque disfruté mucho volviendo a escuchar los discos de la etapa de Nueva York”. A la singladura americana de la compositora está dedicado el segundo volumen recopilatorio, resumen de casi una década de voluntario exilio indie cantando en inglés, autoeditando sus discos y empapándose del underground neoyorquino junto a talentos como Two Dollar Guitar o Steve Shelley y Lee Ranaldo, de Sonic Youth. “De Lee aprendí lo principal, a ser humilde y muy audaz”, señala la cantante.
“Buscar cómplices que te pongan a prueba es muy saludable y evita que te conviertas en una parodia de ti misma”, añade Christina, quien menciona a Nacho Vegas y a Refree entre otros encuentros providenciales. Con el primero grabó Verano Fatal, precedente directo del disco que la reconcilió definitivamente con el gran público, Tu labio superior (2008), y el segundo ha depurado su sonido para la puesta en escena de su más reciente álbum, el espléndido La joven Dolores (2011).
Un caso sin resolver incluye el particular tributo de Christina a su actual socio: una versión de su tema en catalán El sud. Y el inevitable homenaje a otro de sus ídolos, Leonard Cohen, atreviéndose con un clásico monumental, Hallelujah. “Ha sido una demostración de amor de fan total, y me pareció adecuado escoger una canción que yo toco a menudo y con la que tengo una relación personal, porque en la gira de homenaje a Cohen yo hacía coros para la magnífica versión de John Cale”.
Nos despedimos de Christina aludiendo al guiño irónico que desde el título de su recopilatorio dirige a una industria musical contra la que se revolvió durante unos años decisivos en su carrera, y a cuyo regazo ha vuelto con el recelo propio de la gata que ha pisado mil tejados. “Hay una relación de dependencia mutua que yo todavía cuestiono constantemente”, admite. Y saca un momento las uñas al descubrir una cuestión básica de falta de honestidad: “La industria musical sólo menciona la cultura cuando tiene que defenderse en público; en privado sólo habla de dinero”.
Texto: Emilio Calzada. Fotos: Pablo Zamora.