Vestir sueños. Arropar la magia. Crear sin corsés. Diseñar disfraces que no lo son. Y sobre todo: ayudar al actor a meterse en el personaje. Esas son las funciones de Bina Daigeler (Múnich, 1965), una de las diseñadoras de vestuario más prestigiosas del cine contemporáneo. Sus creaciones han desfilado por los universos de autores como Pedro Almodóvar o Jim Jarmusch y películas como Princesas, Che o las inminentes Biutiful y Pájaros de papel.
La figurinista Bina Daigeler lleva muchos años afincada en Madrid, pero su acento delata su origen. “Me vine en los 80 por La Movida. Tenía ganas de cambiar. Múnich era muy pequeño y Madrid era la ciudad más divertida de Europa”, nos cuenta desde su ático de La Latina. Allí tiene un pequeño estudio en el que imagina las creaciones que luego lucirán las estrellas en la gran pantalla. Su meta (y pasión): convertir al actor en el personaje. Algo que aprendió en sus primeras colaboraciones”. En La casa de los espíritus era la encargada de las actrices principales. Fue un trabajo precioso. Glenn Close, por ejemplo, es una actriz muy de método que hace una preparación muy intensa cada mañana con su vestuario. Llevaba un corsé y eso le ayudó mucho a meterse en el papel”, explica. “El trabajo de una figurinista es tener intuición: qué es lo que quieren contar el director y el actor en cada secuencia. Eso es más importante que el que yo me pueda lucir. Lo puedes hacer con un vestuario de época, porque ahí diseñas e inventas, pero la mayoría de las veces hacemos películas actuales y hay que encontrar el punto del personaje: expresar si está triste o feliz con un color o un jersey. Eso es lo más complicado. Que no llame la atención y simplemente acompañe”, aclara. “Y ahí me parece muy importante el contacto con el actor”.
Ella ha hecho tanto películas de época -Inconscientes o El camino de los ingleses- como actuales –Sin vergüenza o Los límites del Control– que le han valido cuatro nominaciones a los Goya. Sus fuentes de inspiración, sin embargo, varían. “Si una película es más social, hay que ir a los barrios donde está ambientada la película, mirar y estar muy abierto a todo. Si es más de diseño, revistas u otra película. Si es de época, los museos y los cuadros” enumera. “Pero es curioso, porque si ves una película de época de los 90 sabes que se hizo en los 90. En cada momento las épocas se perciben de manera diferente. Ahora se tiende a hacerlo todo más natural”.
Sus trabajos más memorables, sin embargo, son sus colaboraciones con Almodóvar en Todo sobre mi madre y Volver. “En una película actual prefiero no ver el vestuario, salvo que sea de Almodóvar, que puede usar un vestuario muy fuerte porque sus historias son muy expresivas” puntualiza. Otra de sus especialidades son las revoluciones de Sudamérica. “¡Me quedan pocas!”, ironiza. Hablamos de Pasos de Baile, Imagining Argentina, La fiesta del Chivo el díptico Che. “En ésta última”, cuenta, “fabricamos 1.500 uniformes nuevos y existía un grupo de 20 personas –que me siguen odiando- que envejecían la ropa con piedra pómez”. Aunque este no más que uno de los muchos trucos que emplea para que la magia del cine no quede al desnudo. Nunca.
Texto: David Bernal. Foto: Ana Nieto