Fidel Castro le otorgó, allá por los 60, el sobrenombre de “El otro Cristóbal”, como aquel “otro” que conquistó América -el mundo, diría yo-, sin armas, con palabras. No en vano, es un celebrado poeta, dramaturgo y cineasta cuya obra entera podría calificarse como una invocación a la resistencia. El ya octogenario Gatti (Mónaco, 1924) sigue conquistando, y no sólo por su verbo. Acudimos a su encuentro con la excusa de la presentación de su Antología poética (Ed. Demipage) en España y se nos muestra como un bebé con su sonajero. Un sonajero que, por momentos, toma la forma de Historia, su historia; por minutos, se transforma en canciones de viva voz que recupera de sus trabajos fílmicos y, por segundos, en puro juego de seducción hacia la periodista. No hay barreras para su genio.
¿Qué le inspira? En realidad la inspiración surge de los encuentros personales, de los movimientos, de los desplazamientos… El objetivo final es andar. Pero también me han inspirado la pobreza de mis orígenes -mi madre era empleada del hogar y mi padre barrendero- y la lucha constante por conseguir una vida mejor.
Usted conoció, siendo reportero, a Che Guevara, Fidel Castro y Mao Zedong. ¿Cómo le sirvió a la hora de crear? Mi obra ha sido mucho más influida por Mao Zedong. Sobre todo, por la relación que creó entre el chino, entendido como lenguaje, y el teatro cuántico, que es a lo que me estoy dedicando últimamente. Mi relación con Mao fue esencialmente poética, es decir, Mao escribía y yo intentaba transmitir eso al público europeo. En cuanto a mi relación con el Che o Castro sólo puedo comentar que fui invitado, a principios de los ‘60, por el incipiente gobierno castrista a rodar allí, como muchos otros artistas afines al régimen que eran invitados a contar la Historia -en realidad, era participar de alguna manera en la promoción del régimen-. Para mí significó rodar una película, El otro Cristóbal, y ganar simbólicamente, a través de una cámara, la guerra que se había perdido años atrás en España. En ella intervino el pueblo, de extras y actores principales, ellos pusieron todos los medios. Fue muy artesanal, un rodaje muy surrealista.
¿Qué impronta le dejó Mao? Bueno, lo que más me sorprendió de Mao es que para nada era marxista, era un taoísta que tenía una relación con la escritura muy profunda. En aquel momento, el Partido Comunista representaba todo lo que era la clase obrera, tenía una gran relación con la industrialización, las fábricas, la siderurgia…Y Mao tenía una relación con el pueblo a través de la masa agrícola, de los campesinos. Esa era la gran diferencia. La travesía del lenguaje que me transmitía Mao y de la que yo, posteriormente, impregnaba mi obra fue muy imprescindible para trazar mi propio trayecto.
¿Cree que hay lugar para la creatividad, la poesía, como cuestionaba Adorno, tras el drama de haber estado en un campo de concentración? ¿O eso vino después? Las palabras siempre te hacen tomar conciencia de la realidad. La materia no existe, sólo existe cuando se crea la palabra que la define. Por lo tanto, la palabra lo es todo. ¿Qué hacemos aquí, en este mundo? Pues intentar comprenderlo y eso lo conseguimos a través de las palabras. Si, como preguntaba Adorno, es posible la poesía después de Auschwitz es, sobre todo, porque te has librado de la muerte, no te han quemado como al resto. A partir de ahí, para mí, todo forma parte de una vivencia personal, que es lo que permite que después tomes un camino determinado. Yo lo personalizo todo en Nicole Gompers, mi novia a los 17, a la cual llevaron a un campo de concentración y no volví a ver (“se convirtió en fuego de golpe”). Por ella estuve, más tarde, con los maquis, luchando por recuperarla, aunque fuera de forma simbólica.
De su lucha por una vida mejor, imaginamos que surge “La Parole Errante”. Bueno, es un lugar donde se va a aprender, un lugar de investigación, de creación. Es una institución creada por mí cuyo objetivo, además de difundir mi obra, es trabajar con los excluidos del lenguaje: los drogadictos, presos, parados y gente sin dinero que queda fuera del sistema a través del colegio, los medios, etc. Sólo a través del lenguaje uno puede dejar de ser víctima, dejar de ser explotado, por eso trabajamos con esta materia y lo plasmamos en diferentes actividades. Una obra de teatro es sólo una de sus múltiples manifestaciones.
¿Aquellos que están fuera del sistema, por obligación o devoción, son los únicos capaces de cambiar el mundo? No, para nada. Lo que importa, en realidad, es lo que sale de ti, cómo sientes, cómo late tu corazón, cómo oyes. La lucha es a partir de ahí, esa es la toma de conciencia.
¿Por qué una obra suya adquiere una forma determinada (teatro, cine, poema)? El formato es algo circunstancial. Por ejemplo, una película es cara. Por lo tanto, en este caso, son circunstancias económicas las que influyen. Siempre tendré papel y lápiz para contar lo que quiero contar.
¿Para qué sirve una antología? Mi obra es inmensa y, por lo tanto, sólo se puede representar con una antología que represente parte de mi recorrido. Es la única manera de introducir mi trabajo en España, un país que, para mí, es fuente de inspiración. A partir de ahí, la gente que esté interesada en lo que yo hago puede recuperar otras piezas más concretas.
Texto: Inma Flor
Fotos: (arriba.) Armand Gatti por Paolo Gasparini, (abajo) rodaje de El otro Cristóbal.