Si hacemos buenas migas con la Tierra, nos regala flores y diamantes. Pero si la intoxicamos y saqueamos sus recursos, responde amenazando con hambrunas y sequías. Hay quien se dedica a arbitrar en esta relación, sugiriendo pautas para cuidar el planeta. Por ejemplo, la ONG Friends of the Earth International, que cumple 40 años este 2011.
Septiembre de 1971: un millar de ecologistas bloquea con botellas de vidrio la entrada de una fábrica inglesa de refrescos para pedir una política pública de reciclaje de residuos. Los británicos se quedan boquiabiertos, hasta la fecha nunca han visto una reivindicación tan peculiar. Así se está presentando al mundo una ONG, FoE (Friends of the Earth International), que ha fundado dos meses antes, el 15 de junio de 1971, un pequeño grupo internacional de activistas capitaneado por David Brower. No es un registro más en la lista de asociaciones, porque este mismo año va a nacer Greenpeace, y con ambas formaciones echará a andar el movimiento ecologista moderno. ¿Por qué ahora? Porque la comunidad científica empieza a alertar de una degradación en el medio ambiente a causa de las malas prácticas industrializadoras; en especial, Rachel Carson con su mítico libro Primavera silenciosa. FoE proclama que persigue aportar soluciones a los grandes problemas de los ecosistemas, por las vías de la información, la educación y la presión política, según este lema: “Piensa globalmente, actúa localmente”. Y tan localmente: en 2011, con más de dos millones de socios, tiene sedes en setenta y seis países. “Trabajamos por los derechos de las comunidades. Movilizamos a las personas para presionar a sus gobiernos nacionales”, contesta a El Duende el nigeriano Nnimmo Bassey, presidente de FoE -y poeta-, que en 2010 recibió el Premio Nobel Alternativo. “Además, tenemos la capacidad de participar en cumbres internacionales”. Valora estas cuarenta primaveras “con humildad, pero con considerable satisfacción”. Y es que la organización ha visto satisfechas muchas de sus reivindicaciones en relación con el cambio climático y energía, agricultura y alimentación, residuos y cooperación para el desarrollo. “Ahora parece inconcebible que hace años se arrojasen desechos nucleares al mar”, menciona como ejemplo de misión cumplida. FoE ha colaborado en la prohibición de la minería a cielo descubierto en Costa Rica, en el procesamiento de la compañía Shell, ha conseguido evitar la privatización del agua en Uruguay, ha influido en la eliminación de las centrales de energía a carbón alemanas…
En España, se estrenó casi al tiempo que la democracia, el 9 de diciembre de 1979, con el nombre de Amigos de la Tierra. Acaso entre nosotros haga más falta su presencia, suele decirse que los países mediterráneos tienen menos conciencia ecologista. “Puede que aquí se haya valorado poco la acción colectiva”, analiza Liliane Spendeler, Directora Ambiental de la organización en nuestro país, “pero eso está cambiando. Y hoy hay, por ejemplo, una gran red española de espacios protegidos, aunque últimamente se ha degradado”.
Nuestros políticos sí desesperan a estos activistas, “no suelen ser receptivos a las demandas de sostenibilidad, aunque no es exclusivo de los españoles. Por ejemplo, se están rebajando los compromisos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero fijados en Kioto”, lamenta Spendeler. Pese a todo, Amigos de la Tierra también puede colgarse medallas: “En los años 80 colaboramos en la abolición de la caza de ballenas. En los 90 jugamos un papel importante para conseguir la reducción de los cultivos transgénicos, y fueron exitosas nuestras campañas por la extensión de la práctica del compostaje doméstico. Desde 2000, se han intensificado la actividad para comprometer a los ciudadanos con el cambio climático y los trabajos de cooperación, en especial en Centroamérica”. Amigos de la Tierra tiene varias unidades provinciales. La de Orense gestiona una especie de micro mundo que bien merece una visita, “un Centro de Educación Ambiental, referente en uso de energías renovables, en gestión de residuos y en bioconstrucción. Demuestra que se puede vivir en un modelo 100% sostenible”, explica Spendeler. Por cierto, ¿qué decimos a quienes, como Bjorn Lomborg, critican a los ecologistas por considerar sus mensajes apocalípticos?: “Que a la vez que denunciamos, aportamos alternativas para encarrilarnos hacia la sostenibilidad”, dice Spendeler. Que conste que el activismo no les ha salido gratis: “Algunos miembros han pagado un alto precio, con violaciones de derechos, encarcelamiento e incluso muerte”, narra Bassey, pero no entra en sus planes cambiar de rumbo, “nuestra consigna es ‘¡movilizar, resistir, transformar!”.
Texto: Paloma F. Fidalgo. Foto: «Demonio corporativo” de AT, Marcha por el Diálogo Climático, 2010 © Sheila Menon / Marco Cadena.