Foto de cabecera Ópera Manon © Patricio Melo
«Al fin y al cabo, la historia de la ópera es una sucesión de cancelaciones y sustituciones de última hora». Les pasó, en los comienzos de sus carreras, a Maria Callas y a Montserrat Caballé, a René Fleming y a Anna Netrebko, quienes más adelante (debido a alguna indisposición, afonía o repentino brote de divismo) brindaron una inesperada oportunidad a las aspirantes que venían detrás. «Cuando llega ese momento, no puedes decir que no…».
En 2018 se convirtió en reina por accidente del Covent Garden de Londres. El público acabó rendido a sus pies después de que la llamaran, con 12 horas de antelación, para hacer la Gilda del Rigoletto verdiano.
Mi marido estaba de viaje, y no tenía con quién dejar a mi hijo de 12 años. Pero me las apañé. Lucy Crowe había sufrido una infección de garganta y necesitaban a alguien que conociera bien el papel. Tuve dos horas de ensayo en una salita del teatro, pero no conocía el montaje de David McVicar, que era muy abierto, con lo que eso supone para la proyección de la voz, y contaba con una inmensa escalera que ascendí varias veces. Pasé algo de miedo, pero cuando recibes la ovación del público todo se olvida. Te das cuenta de que el esfuerzo merece la pena.
En 2022 lideró el desembarco de la orquesta titular del Teatro Real en el Carnegie Hall de Nueva York, donde ejerció de embajadora del repertorio de zarzuela y hasta bailó sobre el escenario. ¿Estaba preparada la coreografía?
¡Qué va! Empezamos con la polonesa Me llaman la primorosa de El barbero de Sevilla de Gerónimo Giménez y Manuel Nieto. Luego interpreté la Canción del ruiseñor de Vives y, cuando me quise dar cuenta, los músicos de la Sinfónica de Madrid estaban como electrizados y el maestro Juanjo Mena me lanzaba ese tipo de miradas que invitan al desmelene. La clave está en cantar como si estuvieras en el salón de tu casa. Y así lo hice. El público pedía más y más. Al final, canté la propina Carceleras de Chapín en un estado de catarsis colectiva.
¿Es cierto que alguien cambió el contenido de su taza de café en la Partenope händeliana del Teatro Real?
¡Quién te lo ha contado! [risotada] Ocurrió en la última función del montaje de Christopher Alden. Las críticas habían sido excelentes y todo había salido a pedir de boca. Allí, entre bambalinas, sugerí, medio en broma medio en serio, hacer la escena con un vermut en vez de con café. Los de regiduría, a los que considero parte de mi familia artística, me tomaron la palabra. Lo demás es historia…
Rafael Frühbeck de Burgos solía decir que la ópera es el arte de la taquicardia. ¿Siempre pasan cosas en el directo que no están en el guion?
Sí, y si no es así mal. Porque los imprevistos se solucionan a base de improvisación, lo que hace que las funciones ganen en frescura y espontaneidad. En la última Traviata de Jerez hubo un problemilla con una flor que se me cayó al suelo. Cada función de La hija del regimiento en Liceu con Ewa Podles y Bibiana Fernández era diferente a la anterior. En Ámsterdam me caí de un columpio durante el aria Batti batti o bel masetto de Don Giovanni. ¡Hasta me olvidé del texto en La del manojo de rosas y tuve que inventarme un diálogo sobre la marcha!
Hasta el 30 de junio volverá a interpretar el rol protagonista de Doña Francisquita de Vives en el Teatro de la Zarzuela. ¿Está preparada para los gritos y abucheos que cosechó la producción cuando se estrenó hace 5 años?
Entiendo que haya parte del público que no comparta la decisión de Lluís Pasqual de cortar los diálogos originales, pero creo que hay maneras y maneras. Al menos deberían esperar a que se baje el telón para expresar su desacuerdo. Cuando voy al cine y no me gusta la película que estoy viendo no pido a gritos que enciendan las luces de la sala. Además, creo de todas las propuestas artísticas, incluso de las que no nos gustan, podemos sacar algo de provecho.
*Sabina Puértolas protagoniza Doña Francisquita en el Teatro de la Zarzuela. Del 19 al 30 de junio.