Foto de cabecera © Riki Blanco
Aquella charla surgió porque sentía que se mostraba únicamente el éxito, «y daba la sensación de que es un oficio mucho más fácil de lo que es. Y hay que mostrar la dureza, ese picar piedra. No mostrarlo es dar una imagen distorsionada de uno mismo, algo así como lo que sucede con las redes sociales. Y, básicamente, es un compendio de todas las formas de fracasar», comenta por teléfono.
Lleva más de tres años colaborando como viñetista en la sección de Opinión del diario El País. Y, de alguna manera, utiliza el humor y la poesía, para soportar las tragedias diarias. «Si estamos viviendo un momento muy duro, es necesario aportar ese pequeño caramelito, no para banalizar sino, precisamente, para poder afrontar la realidad», señala. Ahí emerge el dardo de la palabra con imágenes, con ilustraciones que captan la realidad en sus múltiples formas.
Ser viñetista e ilustrador son disciplinas que se nutren y complementan. «Tienen mucho en común, pero a la vez tienen una naturaleza completamente diferente. Como ilustrador editorial, tu obra es simplemente un complemento de algo más grande. Con lo cual puedes dejar de escuchar tu propia voz, algo muy enriquecedor y relajante. En la viñeta, en la sátira o en el humor gráfico, es cuando me quejo. Sale la ilustración que yo quiero y de la forma que yo quiero, algo un poquito transgresor. Ahí aparece el capitalismo y el miedo del mercado… Es cuando sacó la artillería pesada y digo lo mío: es como una visión del mundo de una forma personal. A veces siento que tengo una cierta responsabilidad y, ya que tengo un pequeño altavoz, me hago eco de esta problemática, de esta causa. Otras veces estoy cansado de esa responsabilidad, y digo “no me pagan para cambiar el mundo”, y voy a lugares menos prácticos, más recreativos», confiesa.
Tiene claro de dónde surgen las ideas. «Para mí, básicamente, todo nace del mismo lugar. Considero que la creatividad es universal y que el proceso creativo se comparte en las diferentes disciplinas. Tengo una necesidad, un gusto y un juego por explorar los límites, los márgenes y los formatos. Va más allá de lo artístico. Hacer que, cosas que odio como, por ejemplo, hacer una campaña de marketing, vayan a lo creativo. Es más una actitud que un oficio», expone.
Ha sido profesor en La Massana, impartes talleres sui generis, da clases en másteres en Madrid y Barcelona. Le gusta enseñar «porque cuando uno llega a una edad, y sin tener hijos, siente una cierta responsabilidad de transmitir lo que has aprendido. Lógicamente, has aprendido mediante otras personas que te han enseñado. En mi caso, que me gusta tanto el oficio, quiero dejar mi granito de arena para que no se pierda», subraya.
Su próximo libro es un recopilatorio de las mejores viñetas de El País, que se titulará Libro de reclamaciones, completamente autoeditado. «Básicamente es una queja del mundo. En el fondo, es mi forma de hacer crítica. Lo que hago es crítica social, política y espiritual. Supongo que hay algo del disco que sacó Silver Mt. Zion que se llamaba This is our punk rock (2003), esta es nuestra forma de hacer punk y, de repente, pues era rock con violines. Y me gusta mucho la idea de que cada uno hace punk a su manera. Y en este caso mi punk es este libro tan jazzy, tan elegantón o formalmente tan fino», concluye.