En la foto, Julio Suárez
Cuando Bayona lo contactó para diseñar los vestuarios de La sociedad de la nieve, Julio Suárez se encontró ante un desafío que involucraba cierta reminiscencia, el recuerdo de ‘El milagro de los Andes’ le llegaba en forma de imágenes, aquellas que en el año 1972 se transmitieron en los medios y que se alojaron en su memoria desde la adolescencia. Cincuenta años después, este sería el punto de partida de uno de los proyectos más grandes de su carrera.
Actuación, dirección, escenografía o vestuario… Partiendo del teatro, Julio se embarcó en el mundo escénico desde los 18 años, pero su trayectoria en el cine comenzó una década después: «Se fue dando, nunca pensé llegar a ser vestuarista. Metí el cuerpo en el vestuario, en la escenografía… mis clases de teatro y mi experiencia como actor. La necesidad del actor de llevar un traje y cómo usarlo, que le pertenezca, que no venga impuesto», el diseñador nos explica que su relación con el vestuario empezó en ese lado interno de la necesidad del traje.
Una carrera que “se fue dando”, insiste, con modestia, casi como si él mismo no terminara de creer cómo pasó, pero que no ha sido menos que el resultado de poner toda su pasión por cualquier expresión artística: «De pronto me encontré con producciones grandes, y ahora con esta inmensa producción, y muy agradecido a Bayona por esta película que es la producción más grande que me tocó hacer en cuanto a diseño».
El vestuario de La sociedad de la nieve representa la identidad de cada personaje, desde la forma en que cada uno lleva sus prendas, hasta cómo se las anudaban y ataban. Una observación profunda que se va perfeccionando a lo largo de la filmación, cuando Julio «ya tenía un tratamiento real de la prenda y podía profundizar más en esa marca que la misma montaña le hacía durante el rodaje».
Con apoyo en toda la documentación del accidente, en los relatos de cada personaje y en las prendas reales que los mismos sobrevivientes le mostraron, armó el equipaje de todos los que embarcaron ese viaje a Chile, con un trabajo de experimentación e imaginación: «Desde el momento del diseño sabía que tenía que adecuar las prendas, envejecerlas y experimentar qué pasaba con el frío, qué dureza tenían. El sol que les va quitando el color, el frío que las va humedeciendo. El haber sufrido el accidente, las roturas y manchas de sangre».
Los actores se iban a la montaña de una manera y regresaban de otra, un elemento que le servía para producir lo del día siguiente: «Las prendas fueron pasadas por la propia realidad de la filmación y por la búsqueda estética que fui apretando y desarrollando en el cuerpo de ellos mismos y de cómo volvían a la filmación».
Un resultado tan impresionante solo se logra con una organización impecable, lo que representó un aprendizaje inmenso para este diseñador: «Lo que más me enriqueció fue la variedad, la ocurrencia, la forma de usar la prenda como coraza del cuerpo, con cierta animalidad que empezaban a tener los personajes». En esta película la prenda se aleja de su función social y pasaba a ser una herramienta de supervivencia, donde «se perdía la moda, la época, y empezábamos a encontrar nuevos cuerpos. Una nueva tierra, una nueva manera de vivir».